Es por tu bien

Que la comedia española está atravesando una edad de oro es indiscutible. Con los datos de taquilla en la mano es fácil comprobar cómo la gran mayoría de las películas más vistas en nuestro país se engloban dentro de este género. El problema es que, en ocasiones, lo que más triunfa no es lo mejor. Dicho de otra forma: existen comedias que han arrasado en los cines a pesar de sus pocas -o nulas- virtudes cinematográficas -véase el ejemplo de la reciente Villaviciosa de al lado (Nacho G. Velilla, 2016) o la primera parte de Fuga de cerebros (Fernando González Molina, 2009)- y otras que han pasado sin pena ni gloria cuando llevaban grabado a fuego en su ADN lo que es la alta comedia. Y en esta última categoría los ejemplos son incontables: El rey tuerto (Marc Crehuet, 2016), La noche que mi madre mató a mi padre (Inés París, 2016), Negociador (Borja Cobeaga, 2016) y un largo etcétera que los que critican la (última) oleada de comedias españolas tildándolas de «simples y tópicas» seguro que ni han oído hablar. Eso no quita con que haya casos en los que calidad y taquilla se dan la mano y salgan criaturas como Kiki, el amor se hace (Paco León), Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez Lázaro, 2015) o Mortadelo y Filemón contra Jimmy El Cachondo (Javier Fesser, 2014). Es por tu bien (Carlos Therón, 2017), viene a adscribirse al género de la comedia española con vocación de multisala, situándose, no obstante, varios peldaños por arriba de la insulsa comedia popular.

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Contratiempo

Contratiempo (Oriol Paulo, 2016) es, ante todo, una película pensada para el público. Este matiz, al que sin duda aspiran todas las películas -ningún director rueda una película sin pensar en los espectadores que más tarde la disfrutarán-, se cumple en esta ocasión de forma más que explícita. El nominado al Goya al mejor director novel por El Cuerpo (2012), confecciona en su segundo largometraje un espectáculo para que los que somos adictos al cine negro y a los giros de guión capaces de dejarnos con la boca abierta, nos lo pasemos pipa. Y vaya si lo consigue. No son muchas las películas que se estrenan que, al margen de que estén mejor o peor hechas, te tengan con un nudo en el estómago todo el metraje al tiempo que consiguen que te hagas mil y una preguntas sobre cada uno de sus personajes, sin saber nunca quién dice la verdad o quién miente. Todo esto, a priori algo muy fácil de lograr pero en el práctica verdaderamente difícil, lo consigue Contratiempo, un eficaz truco de magia de 100 minutos de duración que me ha tenido embobado de principio a fin. 

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Cien años de perdón

Es curioso como un detalle aparentemente insignificante como la fecha en la que se estrena una película puede ser muchas veces un plus añadido. En este sentido, los productores de Cien años de perdón (Daniel Calparsoro, 2016) no han podido escoger mejor el día de lanzamiento de la que, quizá, sea una de las películas de atracos menos convencionales de la historia por el simple hecho de que, aquí, lo que menos importa es el atraco en sí. Coproducción entre España, Argentina y Francia, el noveno largometraje del director catalán se beneficia de la insoportable situación de corrupción política e institucional de nuestro país, la cual queda reflejada de forma inmisericorde en la película. En un momento en el que los españoles nos despertamos día sí y día también con un nuevo caso de corrupción en el Gobierno, se agradece un trabajo que saque las vergüenzas de nuestros responsables políticos de forma tan fidedigna y tan poco complaciente. En esta línea la nueva producción de Telecinco Cinema es cine social puro y duro. Y es que, tras un primer acto en el que nos creemos que los únicos malos de la película son los atracadores, llena la demoledora segunda mitad que nos demuestra cómo muchos de nuestros representantes públicos, más que serviciales funcionarios, constituyen una jauría dispuesta a todo en pos del dinero y el poder.

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Murieron por encima de sus posibilidades

¿Es posible juntar a José Coronado, Eduard Fernández, Emma Suárez, Bárbara Lennie, Sergi López, Ángela Molina, Josep María Pou, José Sacristán, Luis Tosar y Carmen Machi en una misma película? La respuesta es afirmativa. Lo más sorprendente es que estas son sólo algunas de las primeras espadas del cine español que confluyen en Murieron por encima de sus posibilidades (2015), el nuevo trabajo del ganador de la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián por Los pasos dobles (2011). Isaki Lacuesta vuelve a reinventarse con una película que huye de los parámetros establecidos y de cualquier convencionalismo; una obra salvaje, que exhala libertad por cada uno de sus poros, por la que el cineasta catalán se confirma como uno de los autores más personales y irreverentes de nuestra industria. Inscrita en esa tipología de películas sobre la crisis económica, Lacuesta hace en esta ocasión un excelente , punzante y corrosivo diagnóstico de la situación actual, poniéndose por bandera ser lo menos complaciente y lo más políticamente incorrecto posible. 

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Hijo de Caín

Siguiendo la estela de títulos como El buen hijo (Joseph Ruben, 1993) o Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011), Hijo de Caín (Jesús Monllaó, 2013) también se incluye dentro de esa genealogía de películas que versan sobre la figura de un adolescente problemático. Cortometrajista de éxito, el director tarraconense apuesta en su debut en el largometraje por un thriller psicológico alejado de los cánones del género, puesto que conocemos la identidad del psicópata desde el mismo comienzo -al contrario que otros ejemplos de intriga como Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010)- y lo que realmente le interesa a su autor es conocer las causas que han llevado a este joven desequilibrado a tal situación. David Solans, gran descubrimiento, es el encargado de dar vida a Nico Albert, quien arrastra una profunda desafección  hacia su familia -en especial hacia la figura paterna- y vive obsesionado con el ajedrez. Otra de las bazas del film es, además de cómo usa este deporte mental para descifrar su extraño carácter, cómo se las ingenia para ofrecer un rico plantel de personajes que, al igual que el joven, también tienen motivos para avergonzarse.

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Los últimos días

Si algo se le podía reprochar a parte de películas de tintes apocalípticos que el cine acogió especialmente con la entrada del nuevo milenio, era una suspensión de la credibilidad propiciada por ofrecer historias ambientadas en terrenos inhóspitos y protagonizadas por zombies, vampiros o cualquier otra especia escatológica. Reglas válidas, en todo caso, y en su gran mayoría disfrutables. Ahora bien, ¿qué ocurriría si los protagonistas de la función no fuesen la avalancha de alienígenas de la que tiene que huir Tom Cruise en La guerra de los mundos (Steven Spielberg, 2005) o los mutantes a los que intenta combatir Will Smith en Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007)? O, en otras palabras, ¿qué ocurriría si la acción la encabezaran dos personas de carne y hueso, con los que cualquiera nos podemos identificar, se desarrollase en un lugar fácilmente reconocible y las consecuencias de la epidemia no fueran extrañas criaturas, sino un pavor incontrolado a la realidad, una irracional sensación de agorafobia que, quién sabe, nadie está libre de padecer? El resultado sería Los últimos días (Àlex Pastor & David Pastor, 2013), la última gran sorpresa del cine español. 

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El cuerpo

Siguiendo la estela de películas de cine negro clásicas de la década de los 40 y 50 y calculada hasta en sus más mínimos detalles, no cabe duda que El cuerpo (Oriol Paulo, 2012), está más cerca de ser un juego de intriga que una película en sí. Tomando como referente al mejor Hitchcock y tratando siempre al espectador como un ser inteligente -algo en lo que pecan, a menudo, este tipo de producciones-, el debut en la dirección de Paulo, guionista de la también notable Los ojos de Julia (Guillem morales, 2010), no ha podido ser más satisfactorio. Por un lado, porque su punto de partida, la desaparición de un cadáver de la morgue -escenario donde se desarrolla buena parte del film, lo que le confiere a la historia un halo de terror bastante logrado-, resulta tan estremecedor como eficaz a la hora de mantener enganchado al personal. Por otro, por la aparente sutileza con la que el director va regalándonos pequeñas pistas, detalles, con los que el espectador deberá elaborar su propio puzle o explicación de los hechos; una tarea nada fácil debido a sus constantes (e imprevistos) giros de guión y el carácter impredecible de una propuesta engrandecida por su final. 

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No habrá paz para los malvados

Estrenada con gran aceptación de público y crítica en la 59 Edición del Festival de San Sebastián, No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011) estaba predestinada desde su rodaje a convertirse en un éxito. Y no sólo por haber inaugurado uno de los festivales de cine más prestigiosos del mundo, sino porque venía firmada por alguien que ya había demostrado su buena mano para para el thrillers -recordemos la magnífica La caja 507 (2002), un trabajo tan áspero y rotundo como este-. Pero es en No habrá paz para los malvados (ganadora de 6 Premios Goya, incluidos Mejor Película y Mejor Director) donde el bilbaíno mejor desarrolla todas sus cualidades como cineasta y por el que, por fin, ha dejado de estar tan infravalorado. A nivel técnico, lo que más destaca del film es su extraordinario manejo de la técnica profundidad de campo, jugando con un permanente uso del enfoque-desenfoque de los elementos encuadrados que van reclamando la atención del espectador según le interese al propio director. A lo largo de sus 100 minutos, Urbizu consigue mantener enganchado al público tras su contundente y rudo comienzo: ese Santos Trinidad (José Coronado) tan detestable como inolvidable cometiendo un triple asesinato… Aunque, para sorpresa del asesino, existe un testigo que ha logrado escapar del lugar de los hechos; la misión de Santos Trinidad será, pues, encontrar al sujeto y acabar con su vida. Paralelamente, la juez Chacón (Elena Miguel) será la encargada de llevar esta investigación, que apunta a un caso de tráfico de drogas… No obstante, nada es lo que parece en esta historia de violencia, ajuste de cuentas… y -cómo no, viniendo de Urbizu-  mensaje social de órdago.

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