Rara vez se genera tanta expectación mundial ante una película como con Joker (Todd Phillips, 2019), la ganadora del León de Oro en el último Festival de Venecia -galardón insólito para una película de cómics, que en realidad, no lo es en absoluto-. Pero más raro es que vean la luz películas a las que no se les puede sacar ni un defecto. Lo que vienen siendo películas perfectas. Y para quien todavía piense que la perfección no existe solo tiene que ver la nueva obra del director de la trilogía Resacón en Las Vegas, que cambia completamente de registro para ofrecernos la que es, sin ninguna duda, la película del año y una de las más importantes -por muchos y muy variados motivos- que se han rodado en lo que llevamos de siglo. Camuflada bajo la etiqueta de cine de superhéroes -sólo así puede explicarse que, en los estándares del sistema de producción del Hollywood actual, haya podido rodarse una cinta que critica de forma tan inmisericorde el sistema, que se muestre tan poco complaciente con él-, el director y co-guionista construye una obra en torno a un personaje tan enigmático como el Joker, del que se sabe muy poco a pesar de llevar formando parte de la cultura popular durante décadas.
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Quien a hierro mata
Reconozco que durante sus veinte primeros minutos, permanecí más bien impasible ante Quien a hierro mata, el quinto largometraje en solitario de Paco Plaza. No me aburrí, pero confieso que durante esos minutos no tenía muy claro lo que estaba sucediendo en pantalla. No imaginaba por esos instantes que me encontraba ante una película que va de menos a más. Porque, transcurridos esos 20 minutos iniciales que funcionan a modo de carta de presentación, el progreso narrativo del nuevo trabajo del cocreador de la saga REC es bestial. Paradigma de película que va atrapando al espectador de forma magistral y sibilina, la curva ascendente de tensión de Quien a hierro mata es implacable, hasta desembocar en uno de los planos finales más impactantes e icónicos que ha dado el cine español en los últimos años. Este último fotograma, de una crudeza extraordinaria, supone el remate de una película que nos va envolviendo en su tela de araña casi sin que nos demos cuenta, regalándonos por el camino escenas en las que la tensión se hace casi inaguantable. Y lo más importante: tratando al espectador siempre como un ser inteligente.
La perfección
Hay películas a las que conviene enfrentarse sin haber leído ni haber visto nada sobre ellas previamente. Ni sinopsis, ni argumento, ni tráiler. Nada. Es el caso de La perfección (Richard Shepard, 2018), el último éxito viral de Netflix. La última obra del director de Matador (2005) o La sombra del cazador (2007), tan imprevisible como sorprendente, está confeccionada con el fin de dejar con la boca abierta al espectador escena tras escena. A través de infinidad de giros de guión, acontecimientos imprevistos y mil trampas argumentales -giro sorpresa final incluido- la película se las ingenia para no dar tregua al público jamás. A medio camino entre el thriller y el cine de terror -con cierto trasfondo social-, La perfección es una película imposible de definir, de adscribir a un género concreto. Sus concesiones al gore harán las delicias de los fans del género, mientras que el ambiente de tensión que se respira en todo momento conectará de forma inmediata con los que busquen una película capaz de enganchar de principio a fin.
La forma del agua
El término de «obra maestra» es todo un tópico entre los que nos dedicamos a escribir críticas de cine, pero es que realmente no existe otra palabra que defina lo que es «La forma del agua» (2018), la última película de Guillermo del Toro. Un trabajo con unos estándares de calidad tan altos que supera a los dos títulos más emblemáticos de su director: El laberinto del fauno (2006) y El espinazo del diablo (2001), por lo que estamos hablando de la mejor película de la filmografía del director mexicano. En su obra cumbre -y también la más personal-, Del Toro se sirve de la fábula clásica de la mujer enamorada del monstruo, aunque en un acto de valentía sin precedentes el director va un paso más allá y abraza sin ningún tipo de pudor la sexualidad, la cual está aquí muy presente. Al fin y al cabo el amor y el sexo van cogidos de la mano, por lo que el hecho de que Del Toro muestre a los 5 primeros de película cómo la protagonista se masturba en la bañera -sin regodearse en ello en ningún momento, eso sí- o como los enamorados hacen el amor, es digno de admiración.
El amante doble
Una de las señas de identidad más características del cine de François Ozon es su admirable equilibrio entre lo genial y lo ridículo. Este hecho, lejos de ser un argumento para atacarle, es la pasta de la que están hecha los más grandes autores y directores de cine. La pasmosa facilidad con la que Ozon construye escenas que no sabes si catalogar como geniales o directamente de tomadura de pelo son constantes en su filmografía, y el que esto escribe no tiene ningún pudor en calificarlas de geniales. Sí: soy un ferviente admirador de este director francés, al que descubrí de forma tardía -con la inmejorable En la casa (2012)-, y me ha ido conquistando con cada nuevo trabajo, especialmente con Joven y bonita (2013) y Una nueva amiga (2014). Por eso me duele especialmente tener que hablar mal de El amante doble (2017), el primer gran tropiezo de su extraordinaria trayectoria. Se me antoja imposible defender con argumentos sensatos y coherentes una película tan plana, absurda, vacía y terriblemente aburrida como esta, un extraño e imposible híbrido entre thriller erótico, romance y traumas existenciales aderezados con mezcla de realidad y ficción. Duele reconocerlo, pero es así: no hay por donde coger El amante doble, una película en la que es imposible no perderse. Hasta el espectador más avispado saldrá del cine con la sensación que la han tomado el pelo.
Déjame salir
Déjame salir (2017), debut en el largometraje del director y guionista Jordan Peele, es una de esas raras bendiciones que el amante del (buen) cine de terror agradece hasta la extenuación. En realidad cualquier amante del séptimo arte debería agradecer que se estrenen películas tan inteligentes, lúcidas y entretenidas como esta. Convertida en la gran sensación del cine de terror en Estados Unidos -donde a pesar de sus ínfimos 5 millones de dólares de presupuesto lleva recaudados sólo en ese país más de 150-, Déjame salir supone una de las operas primas más estimulantes del último cine de terror, demostrando que el género está más vivo que nunca. Peele, que ha hecho historia al convertirse en el primer director afroamericano que debuta con una película que rebasa los 100 millones de dólares en taquilla, firma un ejercicio cinematográfico de primer nivel; una película que va envolviendo al espectador poco a poco, enredándolo en una telaraña malsana y ametrallándolo con múltiples preguntas para terminar explotando por todo lo alto en su tramo final, tan apoteósico como inolvidable.
El guardián invisible
Muy de vez en cuando llega a los cines la adaptación cinematográfica de una novela de éxito capaz de contentar por igual a los lectores, a la crítica y también a la autora de la misma. Es el caso de El guardián invisible (2017), dirigida por Fernando González Molina, todo un experto a la hora de trasladar a imágenes fenómenos editoriales. Ahí tenemos el ejemplo de A 3 metros sobre el cielo (2010), Tengo ganas de ti (2012) o Palmeras en la nieve (2015), tres taquillazos indiscutibles. El guardián invisible es, en efecto, la última adaptación del director pampilonense. Se trata de la primera novela de la archiconocida Trilogía del Baztán de la escritora vasca Dolores Redondo, uno de los fenómenos literarios en castellano más importantes de los últimos tiempos; estamos hablando de unos libros que han vendido alrededor de un millón de ejemplares en todo el mundo y han sido traducidos a más de 30 idiomas, lo que convierten a esta trilogía en un éxito sin parangón. La expectación, por tanto, era máxima. Parecía imposible plasmar en fotogramas una novela tan compleja, con la virtud de debatirse en todo momento entre lo místico y lo puramente terrenal, entre lo perverso y lo fascinante, pero el director sale más que airoso de la jugada.
Tarde para la Ira
Ganar el Goya a la Mejor Película cuando tus competidoras son Julieta (Pedro Almodóvar, 2016); El hombre de las mil caras (Alberto Rodríguez, 2016), Que Dios nos perdone (Rodrigo Sorogoyen , 2016) y Un monstruo viene a verme (J. A. Bayona, 2016), sólo puede certificar que la película premiada es, salvo error garrafal de la Academia de Cine, una auténtica maravilla. Y en este caso no se equivocó. Con semejante plantel de rivales, de un nivel extraordinario de calidad y perfección, resulta aún más meritorio el triunfo de Tarde para la ira, el debut en la dirección del reconocido actor Raúl Arévalo. Ganadora de 4 Goyas de los 11 a los que estaba nominada, este thriller seleccionado para la sección Orizzonti del Festival de Venecia es una de las óperas primas más deslumbrantes, fascinantes y extraordinarias que ha dado el cine español a lo largo de su historia. La veo y me resulta increíble que haya sido filmada por un director novel, por mucho que en sus venas corriera cine prácticamente desde que nació: cada plano, cada decisión creativa, cada construcción de los personajes y cada plano parecen más propios de alguien que lleva toda una vida dirigiendo -buen- cine que de alguien se pone por primera vez detrás de una cámara -exceptuando sus cortos Un amor y Foigrás-.
Múltiple
Imagino que para cualquier artista debe resultar agotador que el público compare cada una de sus nuevas creaciones con su obra cumbre. De esta realidad no se libran, ni mucho menos, los directores de cine. El cineasta M. Night Shyamalan firmó a finales de los años 90 un título clave ya no sólo para el cine de misterio -con un giro final del que se habló hasta en el rincón más recóndito del planeta-, sino también para la cultura popular, provocando un impacto social con pocos precedentes. El bombazo de El sexto sentido (1999) fue tal que, le guste o no, el director hindú tiene que soportar que público y crítica, a veces por mera rutina, infravaloren algunos de sus nuevos trabajos por el hecho de no estar a la altura de la mítica película protagonizada por Bruce Willis. Sirva esta introducción como autocrítica por no juzgar, a veces, las obras de un director de forma independiente, sino comparándolas con -digamos- el buque insignia de la filmografía del cineasta en cuestión. En cualquier caso, y como en en la cosecha de todo director de cine, Shyamalan ha firmado películas para recordar y otras para olvidar. Múltiple es de las primeras. Con sus puntos fuertes -la mayoría- y los débiles -la minoría-, este thriller psicológico termina en el lado de la balanza de las películas del cineasta que no nos podemos perder.
Contratiempo
Contratiempo (Oriol Paulo, 2016) es, ante todo, una película pensada para el público. Este matiz, al que sin duda aspiran todas las películas -ningún director rueda una película sin pensar en los espectadores que más tarde la disfrutarán-, se cumple en esta ocasión de forma más que explícita. El nominado al Goya al mejor director novel por El Cuerpo (2012), confecciona en su segundo largometraje un espectáculo para que los que somos adictos al cine negro y a los giros de guión capaces de dejarnos con la boca abierta, nos lo pasemos pipa. Y vaya si lo consigue. No son muchas las películas que se estrenan que, al margen de que estén mejor o peor hechas, te tengan con un nudo en el estómago todo el metraje al tiempo que consiguen que te hagas mil y una preguntas sobre cada uno de sus personajes, sin saber nunca quién dice la verdad o quién miente. Todo esto, a priori algo muy fácil de lograr pero en el práctica verdaderamente difícil, lo consigue Contratiempo, un eficaz truco de magia de 100 minutos de duración que me ha tenido embobado de principio a fin.
La chica del tren
Partamos de la base de que no era fácil trasladar a imágenes La chica del tren, una novela contada desde múltiples puntos de vista, trufada de flashbacks y viajes temporales de todo tipo. Adaptar un best seller
tan complejo narrativamente a la gran pantalla, sin duda, no era moco de pavo, si se me permite la expresión. Y eso sin contar la enorme presión que supone filmar la adaptación del que es considerado el último gran fenómeno editorial mundial, como demuestran sus 11 millones de ejemplares vendidos. Para que nos hagamos una idea, basta decir que cada 6 segundos se despachan en las librerías de todo el mundo un ejemplar de esta novela negra que ha convertido a su autora, Paula Hawkins, en multimillonaria. La cuestión es si la película está a la altura del potente material en el que se basa y, como suele suceder en la mayoría de ocasiones, desgraciadamente no es así. Si la novela de Hawkins se caracterizaba por su ritmo ágil, su carácter imprevisible y su intriga más o menos lograda, en la película (Tate Taylor, 2016) todo sabe a añejo, a algo mil veces visto. No ayuda, en absoluto, el tono desganado y frío con el que parece que está rodada, dando como resultado una película espesa, pasada de moda, taciturna.
Toro
Después de conquistar el Goya al mejor director novel por su opera prima Eva (2011), fascinante y arriesgadísima historia futurista sobre una niña androide -y con el mediometraje Tú y yo (2014) de por medio-, Kike Maíllo regresa al cine por la puerta grande con Toro (2016), intenso y vibrante thriller con la capacidad de no dar ni un solo minuto de respiro al espectador. A partir de un guión firmado por Rafael Cobos y Fernando Navarro, el director catalán pilota una historia con sabor andaluz repleta de sangre, carreras de coches y escenas de acción que bebe de los clásicos setenteros de USA de Scorsese o De Palma -especialmente de Atrapado por su pasado (1993)- que destaca principalmente por su estilización visual de influjo hollywodiense. Lo primero que merece la pena señalar de la película es su honestidad a prueba de bombas: Toro da exactamente lo que esperamos de ella, así como lo que el tráiler o las campañas de publicidad nos han vendido: los fans del cine de género difícilmente saldrán decepcionados de esta película, por mucho que hayan muchos aspectos mejorables y otros directamente olvidables. Pero el cómputo general, que es lo importante, aprueba con nota.