Felices 140

«Poderoso caballero es Don Dinero», rezaba Francisco de Quevedo en pleno Siglo de Oro español; una máxima en torno a la que Gracia Querejeta construye su séptimo largometraje: Felices 140 (2015). La directora de Cuando vuelvas a mi lado (1999) o Héctor (2004) explora en su nuevo trabajo lo miserable que puede llegar a ser el ser humano cuando hay dinero de por medio y cómo la codicia es un veneno capaz de pudrirlo todo. Un veneno -y esto es lo importante- del que nadie está a salvo. Ni siquiera quien presuma de ser éticamente intachable. ¿Acaso sabemos a ciencia cierta cómo reaccionaríamos si a nuestra mejor amiga o a nuestra propia hermana le tocasen 140 millones de € en la lotería? ¿Estamos seguros que no le pediríamos un poco de ese dinero para, por ejemplo, sanear nuestras deudas o vivir más cómodamente? ¿Hasta qué punto nos enfadaríamos si la agraciada no tomara la iniciativa de darnos ese dinero? Múltiples preguntas que van asaltando nuestra mente a medida que se consume en relato y que siguen golpeándonos al salir del cine. Y es que Felices 140 es una de esas películas que te obliga a tomar partido; un continuo golpe en el estómago que te hace replantearte lo que hasta ahora era un valor seguro. 

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15 años y un día

15 años y un día (Gracia Querejeta, 2013) supone un importante punto de inflexión en la carrera de la realizadora: no sólo porque es la primera película que produce sin su padre -el prestigioso productor Elías Querejeta, casualmente fallecido la misma semana del estreno de la obra en España-, sino porque supone un paso de gigante en un tema tan recurrente y tan campo de cultivo en su filmografía como son los reencuentros familiares, asunto explorado en títulos como Cuando vuelvas a mi lado (1999) o Héctor (2004). Gran triunfadora en el Festival de Málaga, donde entre los 4 galardones que atesoró destaca el de Mejor Película o Mejor Guión-, 15 años y un día es una de esas películas que tenían todos los ingredientes para ser algo grandioso, un acontecimiento en nuestro cine pero que, lástima, al final se conforma con un mero notable. Este hecho atiende a un motivo principal: la fallida elección del joven protagonista. Si bien es cierto que el chaval no desentona, se sitúa a años luz de gigantes interpretativos que le rodean, algo incomprensible en un film cuyo argumento gira en torno a su figura, incluso el propio título.

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Huevos de oro

Predecesora de La teta y la luna (1994), película con la que Bigas Luna concluía su peculiar trilogía sobre el macho hispánico que dio inicio con Jamón jamón (1992), en la igual de sorprendente Huevos de oro el catalán nos ofrece una película netamente castiza, tan desaforada que no le importa parecer excesiva y tan singular que bien podría situarse entre lo trascendental y lo meramente cómico. No hay término medio para un film construido en torno a la figura de un Javier Bardem que, con la poderosa creación de ese prototipo de la España cañí y profunda de nombre Benito González, ofrece uno de sus mejores recitales interpretativos. Nadie como él para elaborar, sin caer en el ridículo, el complejo retrato -o caricatura- de ese ser engominado, machista, posesivo, celoso, amante de las combinaciones imposibles de ropa, los looks tan estrafalarios como horteras y, además, fan de Julio Iglesias. El diseño del personaje, es por tanto, brutal, y posee la suficiente fuerza para levantar por sí mismo una película, no obstante, irregular.

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Fin

En 2009, la novela Fin de David Monteguado, se convertía en un inesperado fenómeno editorial español; en un incontestable éxito de crítica y público. Era, por tanto, cuestión de tiempo que este relato de tintes apocalípticos contase con su propia adaptación cinematográfica. Jorge Torregrossa, en el que es su debut en la dirección, se encarga de llevar a cabo la nada fácil tarea de plasmar en pantalla grande el conocido best seller acerca de la extinción de la humanidad. Así, Fin (2012), destaca ante todo por la valentía de un cineasta que, por otro lado, parece apostar sobre seguro al filmar su película apoyándose en todo momento del concepto mainstream. El alicantino es consciente de la gran inversión económica de su proyecto -seleccionado en el Festival de Sevilla- y, respaldado por una intensa campaña publicitaria y de marketing, no reniega a la hora de dotar a su primer largometraje de la más pura esencia del cine comercial .Algo absolutamente legítimo y, desde mi punto de vista, hasta necesario en los convulsos tiempos de la industria. 

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Blancanieves

Para paladear un cinta tan personal y vanguardista como Blancanieves (Pablo Berger, 2012), conviene desprenderse previamente de cualquier idealización previa, tanto literaria como cinematográfica, que se pueda tener del mítico personaje creado por los hermanos Grimm. De no ser así, habrá quién se resulte estafado por haber pagado para contemplar, sin duda, la adaptación más absolutamente libre que jamás se haya filmado sobre este inmortal icono de la cultura popular. Por contra, los que van predispuestos a dejarse sorprender por una de las fábulas con más aspiraciones artísticas de los últimos años -y, sin duda, de la historia del cine español-, no pueden sino caer rendidos a esta maraña de personajes perfectamente hilvanados, a este áspero y demoledor retrato de la España profunda de los años 20, a este lúcido y pulido monumento de orfebrería que tiene la extraña virtud de convertir cada uno de sus fotogramas en auténticas obras de arte. Sorprende la increíble facilidad con la que se maneja Berger en la dirección -debido quizá al hecho de saberse autor del guión y aupado, sin duda, por ser el máximo responsable de una de las cintas más inclasificables y premiadas del cine español, Torremolinos 73 (2003)-  y su incesante búsqueda de encuadres, de tiros de cámara, siempre al acecho del más alto nivel formal y estilístico. Porque si hay algo que llama la atención de Blancanieves -cinta que juega a ser muda, pero que en realidad no lo es- es su pletórico caudal expresivo, su extraña virtud de obligar al espectador a un segundo visionado, desbordado no sólo por toda la retahíla de elementos dramáticos de primer nivel que tiñen el relato -muerte, soledad, desamparo-, sino por sus enriquecedoras estampas que sacuden, hipnotizan, sobrepasan y conmueven y que, por tanto, bien podrían funcionar cada una de ellas de manera independiente, dignas de ser expuestas en los museos con los más altos niveles de exigencia. 

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Un viaje hacia la madurez

Hablar de Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001) es hablar del nuevo cine mexicano, ese nuevo concepto que nació en la década de los 90 bajo el cual se pretendía, a través de las películas, retratar la realidad social del país azteca. En este concepto ven la luz, además de la que hoy nos ocupa, películas tan representativas como La ley de Herodes (Luis Estrada, 1999) o Como agua para el chocolate (Alfonso Arau, 1992), dos títulos claves. Sin embargo, la película que terminó por consagrar al cine mexicano tuvo lugar a comienzos del nuevo siglo y es, precisamente, Y tu mamá tambiénUna cinta adulta, repleta de erotismo, convertida en todo un canto a la vida. Construye Cuarón un film que, bajo su engañosa capa de superficialidad y desenfreno, esconde algo mucho más importante: la huida de dos jóvenes de la realidad, su lucha constante por evadirse de un mundo que no comprenden; un mundo que aquí se nos muestra tal y como es: corrupto, violento y con abismales diferencias entre sus clases sociales. En este sentido, estamos ante una película social que muestra la cara más amarga del país, sin renunciar por ello a ofrecernos ese encanto que se respira en sus gentes, en sus costumbres y en sus bellos parajes.

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