ma ma

Conviene advertirlo de entrada: los que no comulguen con el cine de Julio Medem mejor que ni se acerquen a ma ma (2015), su última criatura. Los vírgenes en el cine del realizador de Lucía y el sexo (2001) o Los amantes del círculo polar (1998) no encontrarán en ella un sólo motivo para adherirse al estilo introspectivo e intimista del aclamado cineasta. Los que sean devotos del director, por su parte, tampoco es que estén de especial enhorabuena: el último trabajo de Medem es decepcionante. Duele decirlo, pero parece que el director que rompió moldes con su opera prima –Vacas (1992)- y se fue reafirmando título a título como uno de los talentos cinematográficos más indomables e inclasificables del cine español, ha ido perdiendo progresivamente parte de su magnetismo inicial. Lo que antes parecía pura sugestión, ahora es mero artificio; lo que antes conmovía, ahora queda ridículo; lo que antes era pura poesía, ahora no pasan de ser unos versos impostados. Ma ma es, pues, un quiero y no puedo. Se agradece la intención de Medem en hacer un elogio a la maternidad y a la fortaleza de las mujeres, pero en el cine hace falta algo más que tener buenas intenciones: hay que saber llevarlas a la práctica.

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La teoría del todo

Era cuestión de tiempo que la vida del astrofísico Stephen Hawking, una de las mentes más brillantes del siglo XX, quedase reflejada en la gran pantalla. Era de esperar, pues, una película como La teoría del todo (2014), dirigida por el británico James Marsh, responsable de trabajos tan magníficos como los documentales Man on Wire (2008) o Proyecto Nim (2011). Adaptación de Travelling to Infinity: Mi life wih Stephen, el libro que escribió la primera esposa del científico con el objetivo de plasmar la personalidad del genio y la historia de amor que vivió con él, La teoría del todo es una película que sorprende por su delicadeza y su total ausencia de trucos para conseguir la lágrima fácil. Estamos ante un biopic cuya valor arma para emocionar es la mera admiración y profundo respeto que hasta el más común de los mortales siente por una eminencia científica y humana de tal calibre, que demostró que hasta en la peor de las circunstancias siempre hay un motivo para salir adelante, de perseguir tu sueño.

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Nymphomaniac. Volumen 2.

A pesar de que el propio director dio la autorización para su división en dos partes, conviene disfrutar del primer y segundo volumen de Nymphomaniac como un todo, como un conjunto. En cualquier caso, y ya que se estrenaron en cines por separado, en este blog las hemos valorado de forma independiente. Así, si la primera entrega no cumplió las expectativas de este crítico, Nymphomaniac 2 (2013), por su parte, sí que ha conseguido un digno aprobado. Cierto es que ambas comparten los mismos rasgos estilísticos, esa atmósfera oscura y casi desagradable -aquí, si cabe, más sórdida que en la anterior-, las sobreimpresiones o la propia estructuración por capítulos -en esta ocasión del 5 al 8-, pero en esta ocasión la jugada parece mucho más indecente, mucho más descarada. Llevando por bandera nuevamente su afán por provocar, Nymphomaniac 2 contiene las escenas más abrumadoras -y políticamente incorrectas- de este díptico, como la conversación sobre la pedofilia o la del trío sexual. Eso por no hablar de otras en las que Von Trier indaga más en las prácticas sexuales de su musa, como la del sadomasoquismo -la escena del látigo- o la del sangrado de clítoris en el baño, simplemente brutal. 

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Por un puñado de besos

Estupor generalizada en el pase de prensa en el Festival de Málaga de Por un puñado de besos (David Menkes, 2014), la primera película dirigida en solitario por el madrileño. Séptimo largometraje del director, tras separarse de su hasta ahora pareja artística Alfonso Albacete -con el que dirigió su último trabajo, la taquillera Mentiras y gordas (2009)-, la película recibió todo tipo de calificativos. O, más bien, improperios: que si provocaba la risa involuntaria en momentos supuestamente dramáticos, que sus diálogos rozaban la vergüenza ajena o que, simplemente, era una película indigna para un festival de esas características. La mayoría del público la abucheó y la crítica la destrozó. Hubo quien, incluso, acusó a TVE y Telemadrid, principales productoras de la cinta, de financiar una película de tan ínfima calidad, máxime cuando ambas televisiones públicas se encuentran al borde de la quiebra. Una carta de presentación que no es, está claro, la mejor carta de presentación para una película que, haciendo de abogado del diablo, me dispongo a defender. Y no porque no me parezca que tenga cosas malas, que las tiene, sino porque presenta una retahíla de virtudes lo suficientemente meritoria para salvarla de esa quema a la que la prensa especializada ha arrojado sin piedad. 

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Elling

¡Qué gusto da encontrarse con una película que no disfruta haciendo leña del árbol caído! O, lo que es lo mismo, que no utiliza su drama para vender compasión ni lágrima fácil, sino respeto, comedia y, por encima del resto, humanidad. La nórdica Elling, segundo trabajo del realizador Petter Naess, es el perfecto ejemplo de cómo un documento audiovisual es capaz de esquivar el tremendismo en el que podía haber incurrido fácilmente su argumento para regalarnos un trabajo lleno de ternura y de vida. Basada en la tercera de las cuatro novelas del prestigioso escritor noruego Ingvar Ambjörnsen -todas protagonizadas por el entrañable y deficiente intelectual Elling-, la película narra el proceso por el que dos compañeros de habitación de psiquiátrico deben enfrentarse al mundo real, justo en el momento en el que los servicios sociales, tras considerar que ya son aptos para valerse por sí mismos, le concedan un apartamento en el que iniciar una nueva vida. Además de por sus perpetuos intentos de superación, ejemplificado en acciones tan cotidianas como ir a comprar, contestar al teléfono o cruzar la calle, lo que nos termina de emocionar es el lazo afectivo que se crea entre ambos. Al final, más que una historia sobre dos disminuidos, asistimos a una auténtica oda, a un sincero canto a la amistad. 

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Declaración de guerra

Sólo existe una cosa peor para unos padres que hacer frente a una grave enfermedad de su hijo: revivir de nuevo el suceso para trasladarlo a la gran pantalla. Es, de entrada, el gran mérito de Declaración de guerra (2011), segundo largometraje de Valérie Donzelli tras la inédita en España La reina de corazones (2009). La directora, en colaboración de su por entonces pareja Jérémie Elkaïm, escribe y protagoniza una obra inspirada en el suceso real que ambos vivieron cuando a su retoño de 18 meses le diagnostican un extraño tumor, capaz de desconcertar incluso a los médicos. El film narra la declaración de guerra de unos padres contra una enfermedad que amenaza con llevarse la vida de su hijo e ilustra el duro proceso al que, como ellos, muchos héroes anónimos deben enfrentarse -reuniones con los médicos, largos días, incluso semanas, de incertidumbre…-. Sin embargo, lo que podría haber derivado en un telefilm adicto a la lágrima fácil o a la sensiblería, se convierte en una cinta adulta, de inclasificable personalidad, capaz de evitar los derroteros del morbo. De hecho, por increíble que parezca, Declaración de guerra tiene casi tantos elementos de comedia como de drama. Pero que nadie me malinterprete: aunque la tragedia está ahí, como inflexible telón de fondo, la directora afronta su trabajo en clave optimista, vitalista incluso.   

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Mi pie izquierdo.

Resulta inevitable mencionar a Mar Adentro (Alejandro Amenábar, 2004) a la hora de analizar otra película sobre la tetraplejia como es El pie izquierdo (Jim Sheridan, 1989). Aunque ambas comparten esencia temática, además de hacer un llamamiento a favor de la integración social de estos enfermos, el trasfondo es radicalmente opuesto: si bien la primera, basada en la vida real de Ramón Sampedro, constituye uno de los alegatos a la eutanasia más rotundos jamás rodados, la segunda aboga por todo lo contrario. La obra del siempre comprometido Sheridan -autor de Hermanos (2009) o En el nombre del padre (1993)- biopic del escritor y pintor irlandés Christy Brown, también rinde homenaje a todos esos individuos anónimos aquejados de parálisis, aunque aquí la palabra eutanasia no aparece por ningún lado. Al contrario que Sampedro, que repetía que «la vida así no es digna» y reclamaba ante los juzgados que «vivir es un derecho y no una obligación», el protagonista de El pie izquierdo, un Daniel Day-Lewis en la que fue la mejor interpretación de su carrera -Oscar incluido-, siempre encuentra un motivo para seguir viviendo. Podríamos establecer semejanzas, en este sentido, con otro de los ciclones cinematográficos del cine reciente: Intocable (Eric Toledano & Olivier Nakache, 2011). No obstante, interpretaciones y mensajes morales aparte, las tres películas mencionadas se hacen más necesarias que nunca no ya sólo por hacer recordar al espectador que  estas personas existen, y están ahí, sino porque supone la reivindicación de valores cada vez más escasos en nuestro entorno como la integridad social y el respeto.

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