Estupor generalizada en el pase de prensa en el Festival de Málaga de Por un puñado de besos (David Menkes, 2014), la primera película dirigida en solitario por el madrileño. Séptimo largometraje del director, tras separarse de su hasta ahora pareja artística Alfonso Albacete -con el que dirigió su último trabajo, la taquillera Mentiras y gordas (2009)-, la película recibió todo tipo de calificativos. O, más bien, improperios: que si provocaba la risa involuntaria en momentos supuestamente dramáticos, que sus diálogos rozaban la vergüenza ajena o que, simplemente, era una película indigna para un festival de esas características. La mayoría del público la abucheó y la crítica la destrozó. Hubo quien, incluso, acusó a TVE y Telemadrid, principales productoras de la cinta, de financiar una película de tan ínfima calidad, máxime cuando ambas televisiones públicas se encuentran al borde de la quiebra. Una carta de presentación que no es, está claro, la mejor carta de presentación para una película que, haciendo de abogado del diablo, me dispongo a defender. Y no porque no me parezca que tenga cosas malas, que las tiene, sino porque presenta una retahíla de virtudes lo suficientemente meritoria para salvarla de esa quema a la que la prensa especializada ha arrojado sin piedad.
Adaptación de la novela «Un poco de abril, algo de mayo y todo septiembre» del catalán Jordi Sierra i Fabra -también responsable del guión- Por un puñado de besos cuenta la historia de Sol (Ana de Armas), una chica romántica y optimista que, en el fondo, está muerta de miedo. Desde que se enteró que era seropositiva su vida dio un giro radical. Un día conoce a Dani (Martiño Rivas), un joven que dice compartir su misma enfermedad, y se queda prendada de él. Lo que Sol ignora es que, en realidad, Dani es un periodista con el único interés de hacer un reportaje del SIDA en la actualidad. El argumento, de entrada, llama la atención. Arriesgada y valiente, hay que aplaudir a Por un puñado de besos por hablar de un tema tan poco explorado en cine como el VIH entre los jóvenes, algo que sigue pareciendo tabú. Algunos dirán que la película no ahonda en el drama, incluso que puede llegar a frivolizar con un tema tan serio. Pero no nos equivoquemos: lo que aquí se pretende no es hacer un trabajo de arte y ensayo sobre la enfermedad, ni siquiera profundizar en ella. La principal motivación de la película es que el público sienta empatía con su protagonista -una Ana de Armas entregadísima a su personaje, al contrario de un Martín Rivas no tan integrado en su papel- que constituye en sí misma un canto a la vida, a las ganas de exprimir cada segundo un tiempo que se consume. Una de las frases que ella misma le dice a Dani –«Tú y yo no somos más que tiempo, y si no hay tiempo, ¿qué nos queda?»– refleja a la perfección esta filosofía.
Algunas críticas han arremetido contra la protagonista por aparecer alguna vez en ropa interior o contra Rivas por figurar sin camiseta en otro par de ocasiones. Críticas que, dicho sea de paso, parecen propias de otras épocas. Es llamativo que el que a una actriz enseñe las bragas se use como alma arrojadiza contra un filme, máxime cuando una de las aspiraciones del director fue contar una historia de amor sin sexo. Críticas aparte, pocos críticos han señalado que Por un puñado de besos contiene los mejores títulos de créditos vistos en mucho tiempo en el cine español, una banda sonora estratégicamente seleccionada –«Long way home», de Tom Waits, «Una mujer para mí», de Patricio Barandiarán-, unos secundarios de renombre -Megan Montaner, Marina Salas- y una elegante factura técnica, como bien demuestra, por ejemplo, la bellísima postal con la que se baja el talón. Aunque le falta músculo narrativo y su labor de dirección se vea lastrada por la confusa utilización del enfoque/desenfoque, reconozcámosle a Menkes ciertas ganas de transgredir, cierta vocación de estilo con algunos planos originales y con su peculiar forma de manejar la cámara.
Más allá que el espectador puede quedar indolente ante escenas que no abrazan toda la carga dramática exigible, un excesivo y casi desesperante uso de los fundidos a negro, el desaprovechamiento de un recurso narrativo como el de la amiga de protagonista hablando a cámara y un errático trabajo de montaje, el principal error de Por un puñado de besos es que no se ha sabido vender. Y no sólo por su liviana campaña promocional, sino por la propia indefinición de la cinta: ¿drama? ¿comedia? ¿fantasía? En cualquier caso, ¿puede una escena justificar una película? Probablemente no, pero sí hacerle sumar varios enteros. El momento en el que queda ejemplificado el valor del perdón -donde Jan Cornet, Goya al mejor actor revelación por La piel que habito (P. Almodóvar, 2011) tiene la oportunidad de lucirse- y esa posterior tour de Sol por las calles salpicadas por la lluvia sería más que suficiente para recomendar un trabajo que, en el fondo, no es más que una sucesión de escenas logradas con otras de menor fuste. Eso sí, sin llegar a entrar nunca en declive. Irregular, qué duda cabe, pero digna. O, al menos, para este cronista.
hola , vi esta película por casualidad hace unos meses , y la verdad me gusto muchísimo , me pareció muy sensible y emocional , y me encanto la visión de sol , su fuerza y positividad , mas allá de las criticas duras que tubo , a algunos nos llego y nos encantó.
Hola!!
Yo también me sorprendí por las sangrantes críticas que obtuvo «Por un puñado de besos». Cierto es que no pasará a la historia, pero me pareció un relato muy digno, bien contado y sostenido por 2 actores que no lo hacen nada mal. Además su factura técnica es de 10 y su banda sonora me enamoró.
Es de las pocas veces que he visto el tema del SIDA abordado desde la perspectiva femenina y la verdad que la película me impactó.
Un abrazo.