Déjame salir (2017), debut en el largometraje del director y guionista Jordan Peele, es una de esas raras bendiciones que el amante del (buen) cine de terror agradece hasta la extenuación. En realidad cualquier amante del séptimo arte debería agradecer que se estrenen películas tan inteligentes, lúcidas y entretenidas como esta. Convertida en la gran sensación del cine de terror en Estados Unidos -donde a pesar de sus ínfimos 5 millones de dólares de presupuesto lleva recaudados sólo en ese país más de 150-, Déjame salir supone una de las operas primas más estimulantes del último cine de terror, demostrando que el género está más vivo que nunca. Peele, que ha hecho historia al convertirse en el primer director afroamericano que debuta con una película que rebasa los 100 millones de dólares en taquilla, firma un ejercicio cinematográfico de primer nivel; una película que va envolviendo al espectador poco a poco, enredándolo en una telaraña malsana y ametrallándolo con múltiples preguntas para terminar explotando por todo lo alto en su tramo final, tan apoteósico como inolvidable.