Padre no hay más que uno

El creador de la saga más popular del cine español, Santiago Segura, sorprendió a propios y extraños cuando en 2018 estrenó Sin rodeos, su primer trabajo como director fuera de la saga Torrente, aquella que le hizo mundialmente conocido y por la que ganó el Goya al mejor director novel en 1998. Y sorprendió porque, aunque nadie dudara a estas alturas de su talento, pocos esperaban que se desenvolviera tan bien en el terreno de la comedia familiar, lejos de la comedia policíaca y cañí a la que nos tenía acostumbrados. Un año después el polifacético artista vuelve a reincidir en el género con Padre no hay más que uno (2019), remake de la película argentina Mamá se fue de viaje (2017). Escrita al alimón entre el propio director y protagonista y Marta González de la Vega -que repiten juntos tras Sin rodeos-, el nuevo trabajo de Segura supone un homenaje a La gran familia (Fernando Palacios, 1962), lo que vuelve a demostrar la admiración que el creador siente por el cine español de los 50 y los 60 -de ahí también que decidiera contar con Tony Leblanc para su popular saga, que le propició al popular actor su único Goya, sin contar el Goya de Honor-.

Trabajo equilibrado y modélico, la sinopsis de Padre no hay más que uno no puede estar más de actualidad: un padre que se queda solo en casa a cargo de sus 5 hijos mientras su mujer se va de viaje al Caribe para que, por fin, éste se entere de lo difícil que es la conciliación laboral y familiar. Lo que al principio al protagonista le parece una tarea sencilla, se va complicando con el paso de los días hasta límites inimaginables. Mordaz e inteligente, el nuevo trabajo del ganador de la Medalla de Oro de la Academia de Cine sorprende principalmente por lo bien repartidos que están los chistes y por lo bien que funcionan todos, sin excepción. Acostumbrados a comedias de tono desigual, en las que hay que escarbar para encontrar un atisbo de humor inteligente, aquí todas y cada una de sus notas de humor tienen el tono preciso, arrancando en la mayoría de los casos las carcajadas del espectador. Y lo hace siguiendo el patrón de las mejores sit-com americanas: un gag cada 15 segundos; así, el ritmo se mantiene durante todo el metraje. No hay altibajos. Tampoco cambios bruscos de ritmo ni tramos muertos. La película dura lo que tiene que durar -96 minutos excepcionalmente aprovechados- y, aunque le cuesta unos diez minutos arrancar, una vez que la cinta encuentra su sitio se va viniendo arriba progresivamente.

Otro de los puntos fuertes de la película española más taquillera de 2019 con 13 millones de € recaudados, es su acertadísimo casting. No sólo por su pareja protagonista -brutal la química entre Toni Acosta y Segura- ni por su espléndido plantel de secundarios -el talento de Leo Harlem y Silvia Abril es irrebatible-, también y principalmente por los niños que interpretan a los cinco hijos del matrimonio -de los cuales dos son hijas en la vida real del director-. A diferencia de muchas películas en las que la falta de credibilidad de las interpretaciones infantiles consiguen sacarte de la película, aquí por el contrario te las crees. Te olvidas de que son actores porque en ningún momento lo parece. Ves a Santiago Segura con esas cinco criaturas y automáticamente te crees que son una familia de verdad. Este era precisamente el reto más difícil de conseguir en una película de estas características. Y se cumple con creces.

Aunque podía haber sido mucho más corrosiva de lo que es, y reflejar con un poco de más mala leche esta sociedad en decadencia y profundamente machista en la que vivimos, lo cierto es que Padre no hay más que uno dispara a diversos frentes -la absurdez de los concursos infantiles de canto, la moda de idolatrar hasta el extremo a youtubers, esos padres que no hacen más que dar lecciones a los demás padres de cómo tienen que educar a sus hijos y, especialmente, todos los chistes relacionados con el grupo whatsapp, reflejo de una sociedad estúpida en la que definitivamente hemos perdido el norte-. Venderla como una comedia puede ser una arma de doble filo porque, aunque es el género que mejor funciona en taquilla en el cine español, la gente tiende a infravalorar todas las películas que huelan a risa. Sin embargo, Segura está más que acostumbrado y parecen importarle más bien poco los prejuicios, ni los de la crítica ni los del público. Le ha cogido el gusto a fabricar obras perfectas para disfrutar en familia. Y si de ellas se puede extraer alguna que otra lectura, como es el caso, mucho mejor. 

 

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