Diecisiete

Éramos muchos los que esperábamos lo nuevo de Sánchez Arévalo y, lo cierto, es que la espera ha merecido la pena. 6 años después de su último largometraje, la espléndida La gran familia española (2013), se estrena en Netflix -tan sólo dos semanas después de estrenarse en salas- Diecisiete, la quinta película del director, que ha aprovechado estos años de ausencia en la gran pantalla para, entre otras cosas, convertirse en finalista al Premio Planeta con su novela La isla de Alice, historia que tardó dos años en escribir y que espera convertir en serie de televisión algún día. El primer proyecto del director madrileño para la plataforma de streaming, que supone el cuarto largometraje español original de Netflix tras 7 años, Fe de etarras y Elisa y Marcela, es una de esas películas hechas con la vocación de gustar a todo el mundo. Vendida como «la feel-good movie de la temporada», Diecesiete es la típica película -o no tan típica, cada vez cuesta más encontrar trabajos así- que deja un agradable sabor de boca una vez llegan los títulos de crédito. Esperanzadora y tierna a partes iguales, es una cinta ideal para ver en familia. 

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Mientras dure la guerra

Habrá quien se pregunte qué necesidad tenía un director de la trayectoria de Alejandro Amenábar, que en líneas generales gusta tanto a público de izquierdas como de derechas, de rodar una película como Mientras dure la guerra (2019), tan aparentemente proclive a disgustar a alguno de los dos bandos. Y digo aparentemente porque, para quienes la hemos visto, lo último que pretende la película es caer en el maniqueísmo y los clichés en los que han caído algunas películas españolas sobre la guerra civil. En su séptimo largometraje, el director de Abre los ojos y Tesis no busca glorificar a un bando y cargar las tintas sobre el otro, sino explicar que la realidad es tan poliédrica como el personaje central del film, Miguel de Unamuno, quien precisamente caía mal a ambos bandos por sus continuos vaivenes ideológicos. Film arriesgado y valiente, Mientras dure la guerra no nace para provocar, como los mismos fanáticos de siempre apuntan, sino para reconciliar. Porque, por encima de ver cuál de los dos bandos cometió más disparates, con lo que verdaderamente hay que quedarse de este documento fílmico sobre la contienda española es con su llamada a la reflexión y, así, evitar que los errores del pasado se vuelvan a repetir. 

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Litus

La prueba más incontestable de que una película te ha gustado es si, nada más terminar, te han entrado ganas de volver a verla. Fue justo lo que me pasó con Litus (2019), quinto largometraje del director catalán Dani de la Orden. Situada más cerca de los parámetros de su tándem Barcelona, noche de verano (2013) y Barcelona, noche de invierno (2015), que de El pregón (2016) y El mejor verano de mi vida (2018), Litus es una de esas películas en las que parece que no está pasando nada cuando en realidad está pasando de todo. De cuidada estética y trazo elegante, el director cuenta una historia ligera en las formas, pero de calado en el fondo; estamos ante un trabajo que parece directamente extraído de la realidad, donde todo exhala verdad -las interpretaciones, los diálogos, las situaciones-. Y, en su obstinación por ser lo más realista posible, la película se hace difícil de enmarcar dentro de un género concreto. Porque Litus es como la vida misma: tan compleja que es imposible que reducirla a la etiqueta de «drama» o de «comedia». 

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Quien a hierro mata

Reconozco que durante sus veinte primeros minutos, permanecí más bien impasible ante Quien a hierro mata, el quinto largometraje en solitario de Paco Plaza. No me aburrí, pero confieso que durante esos minutos no tenía muy claro lo que estaba sucediendo en pantalla. No imaginaba por esos instantes que me encontraba ante una película que va de menos a más. Porque, transcurridos esos 20 minutos iniciales que funcionan a modo de carta de presentación, el progreso narrativo del nuevo trabajo del cocreador de la saga REC es bestial. Paradigma de película que va atrapando al espectador de forma magistral y sibilina, la curva ascendente de tensión de Quien a hierro mata es implacable, hasta desembocar en uno de los planos finales más impactantes e icónicos que ha dado el cine español en los últimos años. Este último fotograma, de una crudeza extraordinaria, supone el remate de una película que nos va envolviendo en su tela de araña casi sin que nos demos cuenta, regalándonos por el camino escenas en las que la tensión se hace casi inaguantable. Y lo más importante: tratando al espectador siempre como un ser inteligente. 

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Padre no hay más que uno

El creador de la saga más popular del cine español, Santiago Segura, sorprendió a propios y extraños cuando en 2018 estrenó Sin rodeos, su primer trabajo como director fuera de la saga Torrente, aquella que le hizo mundialmente conocido y por la que ganó el Goya al mejor director novel en 1998. Y sorprendió porque, aunque nadie dudara a estas alturas de su talento, pocos esperaban que se desenvolviera tan bien en el terreno de la comedia familiar, lejos de la comedia policíaca y cañí a la que nos tenía acostumbrados. Un año después el polifacético artista vuelve a reincidir en el género con Padre no hay más que uno (2019), remake de la película argentina Mamá se fue de viaje (2017). Escrita al alimón entre el propio director y protagonista y Marta González de la Vega -que repiten juntos tras Sin rodeos-, el nuevo trabajo de Segura supone un homenaje a La gran familia (Fernando Palacios, 1962), lo que vuelve a demostrar la admiración que el creador siente por el cine español de los 50 y los 60 -de ahí también que decidiera contar con Tony Leblanc para su popular saga, que le propició al popular actor su único Goya, sin contar el Goya de Honor-.

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Elisa y Marcela

Trasladar una historia real tan apasionante como la que narra Elisa y Marcela (2019) a la gran pantalla -el primer matrimonio homosexual de España, travestismo mediante- debería ser considerado un deporte de riesgo. La valentía, sin duda, era una cualidad imprescindible de cualquier director que decidiese ponerse al frente del proyecto. Isabel Coixet, una directora acostumbrada a pisar suelo dramático, la tiene. El problema es que la valentía tiene que ir acompañada de otra serie de cualidades como el conseguir que la historia rezume emotividad y, lo más importante, reflejar también el drama interior al que tuvieron que enfrentarse las protagonistas al sentir atracción por otra persona del mismo sexo en una época en la que eso era considerado, como mínimo, inmoral. Este último aspecto, imperdonable, termina lastrando una película que se queda a medio gas en todo. El hecho de que la directora no dedique ni un solo minuto a que sus dos heroínas, en un ambiente en las antípodas del progresismo y la tolerancia, manifiesten la más mínima duda sobre sus sentimientos, como si el querer a una persona de tu mismo sexo a finales del S.XIX en una aldea rural en España fuese lo más normal del mundo, es inexplicable.

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Carmen y Lola

Cuando un director o directora de cine se enfrenta a la tarea de dirigir su primer largometraje, puede optar por dos caminos: por la vía de la libertad creativa -a pesar de que esto incluya una serie de riesgos que no todos están dispuestos asumir-, o, por el contrario, por el camino más complaciente, el más cómodo, el más seguro. La directora bilbaína Arantxa Echevarria, en una pirueta aparentemente suicida, se decantó por el primer camino para alumbrar Carmen y Lola (2018), una historia que, a priori, lo tenía todo en contra para triunfar: actores desconocidos, aire documental, escaso presupuesto y, en lo que respecta a la temática, por narrar el romance entre dos mujeres gitanas. Producida y escrita por ella misma, Echevarria estuvo durante 6 años detrás de un proyecto que le ha costado sudor y lágrimas levantar; un proyecto con la virtud de haberse dado a conocer al gran público sin una televisión privada detrás que lo financie ni tampoco una masiva campaña de promoción. Sus 8 nominaciones a los premios Goya y sus dos galardones finales -mejor dirección novel y mejor actriz de reparto- fueron determinantes para que el espectador pusiera los ojos en una cinta que, con todo en contra, se ha ido abriendo camino por su autenticidad. 

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A pesar de todo

Entre los innumerables méritos a lo largo de la corta pero intensa existencia de Bambú Producciones, hay uno que destaca especialmente: el de haber firmado la primera serie española de Netflix: Las chicas del cable. La prestigiosa productora española, que hasta entonces había sido artífice de éxitos televisivos tan rotundos como Gran Reserva, Velvet o Bajo Sospecha, inició en 2017 un romance con la plataforma de streaming más famosa del mundo que, lejos de romperse, se fortalece con el tiempo. El hecho de que Las chicas del cable se convirtiera en una de las 3 series con más impacto de la compañía a nivel mundial -a la altura de sus otros dos buques insignia, Stranger Things y Por 13 razones-, fue motivo más que suficiente para que ambas partes estuviesen dispuestas a seguir trabajando juntas. En este contexto nace A pesar de todo (Gabriela Tagliavini, 2019), la primera película de Bambú para Netflix y, a su vez, la segunda incursión de la productora gallega en el cine tras El club de los incomprendidos (Carlos Sedes, 2014). Y el resultado, me temo, ha sido un desastre.

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Mi querida cofradía

Me resulta especialmente gratificante comprobar cómo en los últimos años el cine español ha ido incorporando a sus filas a múltiples mujeres directoras; talento con sello femenino que, sin duda, ha regenerado nuestra cinematografía aportando aire fresco y una mirada totalmente renovada. La lista sería considerable, pero basta con citar nombres como el de Paula Ortiz, Nely Reguera, Leticia Dolera, Carla Simón, Andrea Jaurrieta… para dar buena cuenta de que -por si alguien todavía lo dudaba- en materia de talento hombres y mujeres están a la par. Desgraciadamente el campo de la dirección de cine no ha sido ajeno a la brecha histórica entre ambos sexos, aunque el hecho de que con el tiempo la balanza se vaya equilibrando es una noticia esperanzadora. Marta Díaz es la última en engrosar la lista de directoras que, tras varios cortos a sus espaldas, han decidido lanzarse al mundo del largometraje. Y lo cierto es que la opera prima de Díaz, que rodó recién graduada en la ESCAC, es una película excelente. Un producto digno, bien acabado y mejor planteado. Con referentes como Berlanga o Pedro Almodóvar -especialmente de su película Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988)-, Díaz alumbra un trabajo costumbrista y lleno de situaciones memorables.

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Campeones

Decir que Javier Fesser es un director comprometido es constatar una evidencia. Ya no sólo por la temática de algunos de sus trabajos, sino por el tiempo que emplea en sacar adelante cada una de sus películas -una media de 5 años-, lo que revela el carácter perfeccionista del cineasta. Como buen director Fesser se lanza siempre a la construcción de la película perfecta y con Campeones (2018), su mejor proyecto hasta la fecha, lo ha conseguido. Aunque en su carrera hay películas extraordinarias -como Camino, ese brutal retrato del fanatismo religioso, o Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo (2014), la mejor película animada española de la historia que capturaba de forma impecable el espíritu de los míticos personajes de Ibáñez-, lo cierto es que es con Campeones cuando se puede hablar de la primera obra maestra de la fulgurante y prodigiosa carrera del director madrileño. Estamos ante un triunfo absoluto firmado por uno de los creadores más originales e indómitos de nuestro cine, que ha rodado siempre lo que le ha dado la gana sin perder nunca su esencia ni su peculiar sentido del humor. A continuación pasamos a desgranar las razones que hacen de Campeones una película imprescindible que, por sus valores y buenas intenciones, debería ser obligatoria en todos los colegios y centros educativos del mundo. 

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La tribu

Como mejor se puede definir La tribu (2018), el largometraje número 21 del reputado y veterano Fernando Colomo, es como una feel-good movie, un término relativamente moderno que se inventó para todas aquellas producciones que tienen como objetivo principal que el público se sienta bien. Durante y después de la proyección. Estamos hablando de películas que hablan de temas cotidianos, con facilidad para conectar con el lado más sensible del espectador y, sobre todo, cargadas de buenas intenciones. Todos estos requisitos los cumple La Tribu, un trabajo inspirado en el caso real de Las Mamis, que es como se hicieron llamar un grupo de mujeres de mediana edad de Badalona que gracias a su pasión por el baile urbano llegaron a participar incluso en el programa televisivo Got Talent. A través de situaciones y personajes fácilmente reconocibles. el cineasta madrileño elabora un trabajo que se ve siempre con una sonrisa en la cara, aunque en realidad no tenga situaciones excesivamente graciosas ni provoque la carcajada más allá de un par de momentos puntuales -el mejor de todos: esa Carmen Machi enseñando a bailar a una compañera de trabajo-

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El cuaderno de Sara

Qué rabia cuando una cinta que, a priori, contaba con todos los mimbres para ser una gran película prefiere conformarse con ser una buena película a secas. Sin más. El último ejemplo es El cuaderno de Sara (2018), dirigida por el televisivo Norberto López Amado –Tierra de Lobos, El incidente, El Tiempo entre Costuras…-. La nueva producción de Telecinco Cinema es una película estupenda, de esas capaz de generar un gran poder de abstracción en el espectador, pero que con un poco más de exigencia podría haber ocupado una posición privilegiada en el cine español. No será así. No obstante, como digo, el que ha sido el primer número 1 en taquilla del cine patrio en 2018 -con 1 millón de euros recaudados en su primer fin de semana-, es un trabajo que, aunque sólo sea por su temática, merece toda mi admiración. El género de acción , y más concretamente el de viajes exóticos, ha estado tan inexplorado históricamente en nuestro cine que el hecho de que se estrene una película como esta llama poderosamente la atención. Si encima el reparto lo encabeza una mujer, en el rol de heroína en mitad de la guerra, el nivel de fascinación se multiplica. 

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