Rara vez se genera tanta expectación mundial ante una película como con Joker (Todd Phillips, 2019), la ganadora del León de Oro en el último Festival de Venecia -galardón insólito para una película de cómics, que en realidad, no lo es en absoluto-. Pero más raro es que vean la luz películas a las que no se les puede sacar ni un defecto. Lo que vienen siendo películas perfectas. Y para quien todavía piense que la perfección no existe solo tiene que ver la nueva obra del director de la trilogía Resacón en Las Vegas, que cambia completamente de registro para ofrecernos la que es, sin ninguna duda, la película del año y una de las más importantes -por muchos y muy variados motivos- que se han rodado en lo que llevamos de siglo. Camuflada bajo la etiqueta de cine de superhéroes -sólo así puede explicarse que, en los estándares del sistema de producción del Hollywood actual, haya podido rodarse una cinta que critica de forma tan inmisericorde el sistema, que se muestre tan poco complaciente con él-, el director y co-guionista construye una obra en torno a un personaje tan enigmático como el Joker, del que se sabe muy poco a pesar de llevar formando parte de la cultura popular durante décadas.
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Annabelle vuelve a casa
Nadie podía imaginar, ni siquiera sus propios creadores, que con el estreno de Expediente Warren: The Conjuring (James Wan, 2013) se estaba dando el pistoletazo de salida a una de las sagas más potentes -y rentables- de toda la historia del cine de terror. Annabelle vuelve a casa (Gary Dauberman, 2019) viene para seguir engrosando una lista de películas que, a pesar de su calidad variable, se encuentran enlazadas por el reconocible e infinito universo de los Warren, ya sea a través de secuelas, precuelas, spin-offs y todo lo que nos podamos imaginar. Esta tercera parte de la saga de la muñeca diabólica, y continuación directa de la primera entrega, viene para demostrar que la franquicia tiene todavía mucho recorrido. Muy superior a Annabelle (2014) -lo cual no es mucho decir porque era un completo desastre-, y ligeramente más entretenida que Annabelle: Creation (2017), Annabelle vuelve a casa es la mejor entrega de las tres que se han estrenado hasta ahora. La razón es muy sencilla: es la que consigue dar más miedo.
Muñeco diabólico
Soy de los que piensa que siempre que se pone en marcha un remake éste siempre tiene que estar justificado, de alguna u otra forma. Son tal la cantidad de remakes innecesarios y absurdos en la historia del cine, que lo mínimo que le pido a cualquier director que se disponga a rodar una nueva adaptación de una película clásica -o no tan clásica- es que aporte algo original, algo novedoso, algo que, en definitiva, justifique la puesta en marcha de ese nuevo proyecto. Y esto es justo lo que consigue el director noruego Lars Klevberg con Muñeco diabólico (2019), reboot del clásico de culto homónimo que dirigió Tom Holland en 1988 y con el que conquistó la taquilla mundial. 30 años y 6 secuelas después -con unas dos últimas entregas que reinventaban completamente la saga-, ve la luz un remake cuya mayor virtud es ofrecer una mirada completamente diferente que la de su predecesor, pero manteniendo en todo momento esa esencia, esa atmósfera y ese universo propio tan característico de la franquicia.
Rocketman
Hablar de Rocketman (Dexter Fletcher, 2019) sin mencionar a Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2019) es tarea casi imposible, no sólo por la proximidad en el tiempo entre los dos biopics, sino porque ambos se centran en las dos figuras más importantes que ha dado la industria musical británica en su historia. Si el año pasado fue el film sobre el líder del mítico grupo Queen el rey de la cartelera mundial -sus casi mil millones de dólares recaudados en todo el planeta y su lluvia incesante de premios así lo acreditan-, este año es el turno de Rocketman, la película que nace a rebufo de la obra de Singer a pesar de que, en el fondo, no tengan nada que ver. Por mucho de que la sombra de Bohemian Rhapsody sea alargada, la obra de Fletcher se erige como una película con personalidad propia, muy superior en calidad al biopic de Freddie Mercury que, a juicio de este cronista, despertó una entusiasta acogida no principalmente por sus méritos cinematográficos, sino por su mero objeto de estudio -una película con las canciones de un grupo como Queen, por muy mala que sea, tiene de entrada al 80% del público ganado-.
El hijo
Hay dos requisitos imprescindibles para disfrutar de una película como El hijo (David Yarovesky, 2019): ser un incondicional del cine de terror -aunque la película no se adscriba 100% a este género- y, sobre todo, enfrentarse a ella sin ningún tipo de prejuicio. Si reunimos estas dos premisas es muy probable que lo pasemos pipa con una película tan sumamente entretenida como esta, un extraño y original híbrido entre el cine de superhéroes y el cine de terror. En una época en la que las películas nos suelen dar gato por liebre, esto es, prometernos una cosa y luego darnos otra muy distinta, se agradece una barbaridad que una producción ofrezca exactamente lo que promete. La honestidad, esa cualidad tan denostada en el día a día, es un valor que aprecio muchísimo, más aún en el cine. Prefiero mil veces una película que no se avergüence de exhibir sus limitaciones pero que cumpla su cometido de forma eficaz a la típica producción pomposa y llena de artificios pero que, en el fondo, aburre. A El hijo se le podrán reprochar muchas cosas, pero que aburre desde luego no es una de ellas.
La perfección
Hay películas a las que conviene enfrentarse sin haber leído ni haber visto nada sobre ellas previamente. Ni sinopsis, ni argumento, ni tráiler. Nada. Es el caso de La perfección (Richard Shepard, 2018), el último éxito viral de Netflix. La última obra del director de Matador (2005) o La sombra del cazador (2007), tan imprevisible como sorprendente, está confeccionada con el fin de dejar con la boca abierta al espectador escena tras escena. A través de infinidad de giros de guión, acontecimientos imprevistos y mil trampas argumentales -giro sorpresa final incluido- la película se las ingenia para no dar tregua al público jamás. A medio camino entre el thriller y el cine de terror -con cierto trasfondo social-, La perfección es una película imposible de definir, de adscribir a un género concreto. Sus concesiones al gore harán las delicias de los fans del género, mientras que el ambiente de tensión que se respira en todo momento conectará de forma inmediata con los que busquen una película capaz de enganchar de principio a fin.
Ready Player One
Que me perdonen los incondicionales del cine de Steven Spielberg, pero su última película me ha parecido un coñazo. Con el corazón en la mano he de decir que mientras estaba disfrutando (o sufriendo, mejor dicho) Ready Player One (2018) en la sala de cine no fueron pocas las veces que me asaltó la idea de abandonar la sala -y eso es la primera vez que me pasa con un director cuyas películas han marcado mi adolescencia, juventud y, ahora, mi vida adulta-. Sí, me entraron ganas de irme no porque la película sea mala, que no lo es en absoluto, sino porque es una película que no está hecha para un espectador como yo. Hace mucho aprendí que, al igual que hay películas infames para el gran público que forman parte de mis placeres culpables, también hay películas magníficamente realizadas con las que no comulgo. Pero reconozco que son buenas películas. Es el caso de Ready Player One, largometraje número 31 en los casi 50 años de carrera del Rey Midas de Hollywood. Visualmente es brillante, los efectos especiales prodigiosos, sus escenas de acción están perfectamente coreografiadas… pero no consigo conectar con ella en ningún momento porque le falta lo más importante: alma.
Gorrión Rojo
Gorrión Rojo (Francis Lawrence, 2018) es una de esas películas en la que es imposible saber lo que nos vamos a encontrar tras ver su tráiler. Quienes crean que con ella resurge el thriller erótico de los años 90 se sentirán defraudados; lo mismo les ocurrirá a los que esperen una cinta de acción explosiva con protagonista femenina al más puro estilo de Atómica (David Leitch, 2017). Lo cierto es que Gorrión Rojo es una película imposible de definir, empecinada -y esto es lo mejor que se puede decir de ella- en sorprender constantemente al espectador. La película se las ingenia de mil formas diferentes para mantener al espectador con la boca abierta durante todo el partido, el cual alcanza la friolera de 140 minutos. Si tuviésemos que encuadrarla en un género la adscribiríamos al de espías, aunque este trabajo, que supone la cuarta colaboración entre el director y su musa Jennifer Lawrence -tras las tres últimas partes de Los juegos del hambre– es un film de espías diferente, alejado de todo lo que hayamos podido ver hasta ahora. Si existe una palabra para calificar la película sería, sin duda, la de «arriesgada»; Gorrión Rojo encara tantas piruetas, sortea tantos riesgos y se mete en tantos berenjenales -saliendo victoriosa de todos ellos- que, más que atrevida, se podría considerar una cinta suicida. Los que esperen ver algo diferente, pues, no se la pueden perder.
La forma del agua
El término de «obra maestra» es todo un tópico entre los que nos dedicamos a escribir críticas de cine, pero es que realmente no existe otra palabra que defina lo que es «La forma del agua» (2018), la última película de Guillermo del Toro. Un trabajo con unos estándares de calidad tan altos que supera a los dos títulos más emblemáticos de su director: El laberinto del fauno (2006) y El espinazo del diablo (2001), por lo que estamos hablando de la mejor película de la filmografía del director mexicano. En su obra cumbre -y también la más personal-, Del Toro se sirve de la fábula clásica de la mujer enamorada del monstruo, aunque en un acto de valentía sin precedentes el director va un paso más allá y abraza sin ningún tipo de pudor la sexualidad, la cual está aquí muy presente. Al fin y al cabo el amor y el sexo van cogidos de la mano, por lo que el hecho de que Del Toro muestre a los 5 primeros de película cómo la protagonista se masturba en la bañera -sin regodearse en ello en ningún momento, eso sí- o como los enamorados hacen el amor, es digno de admiración.
Call Me by Your Name
Hay películas que sólo se pueden disfrutar -y entender- si se dispone de la sensibilidad y la inteligencia necesarias para ello. Call Me by Your Name (2017), el último trabajo de Luca Guadagnino, uno de los directores claves del cine europeo contemporáneo, es una buena muestra de ello. Auténtica catedral de sensaciones e inabarcable templo de emociones, los 130 minutos que conforman este trabajo que desde el mismo momento de su estreno se convirtió en un título de culto son pura poesía visual y verbal. Estamos ante una de esas rarezas que de cuando en cuando llegan a la cartelera; entiéndase el término rareza como una de esas películas tan perfectas a todos los niveles que cuesta creer que sean de verdad. Que existan. Es bastante complicado, por no decir imposible, encontrar el más mínimo defecto a esta película que habla como muy pocas han hablado antes del paso del tiempo, de la fugacidad del primer amor, del deseo, la pasión o del dolor, la impotencia y la frustración que acarrea la pérdida. Temas lo suficientemente universales, todos ellos, para que algunos se limiten a calificar esta película como «una película de temática gay», sin más. Y, aunque es cierto que estamos ante una de las historias de amor homosexuales más lúcidas que se han visto en pantalla grande en mucho tiempo, reducir todo su potencial a una «historia gay» es, además de simplista, injusto.
Tres anuncios en las afueras
Sólo un director con una gran seguridad en sí mismo y un inmenso talento puede rodar una película que gire en torno a la violación y asesinato de una joven desde un prisma sarcástico. El responsable de tal hazaña es el director británico Martin McDonagh, autor también del guión de una película que ha conquistado el Premio del Público en multitud de festivales (Toronto, San Sebastián…) y que opta a 7 estatuillas en los próximos Oscar. En efecto, el mayor mérito de Tres anuncios en las afueras (2017) es su funambulesco equilibrio entre el drama más desgarrado y la comedia más irreverente: conseguir esta constante dicotomía a lo largo de sus casi dos horas de metraje no es tarea fácil, pero McDonagh hace como si lo fuera. Embriagada de un humor negro que bebe constantemente de lo políticamente incorrecto, la que es la mejor película hasta la fecha del director de Escondidos en Brujas (2008) -por la que estuvo nominado a mejor guión original- es todo un tour de force de la búsqueda de la justicia, la venganza, el dolor, la pérdida, así como la violencia policial o el racismo. Temas de enjundia en una película que por sus gotas de western, cine negro, social y su ya comentada mezcla de drama y comedia hacen que sea difícil de adscribir a un género cinematográfico.
Los Archivos del Pentágono
El llamado Rey Midas de Hollywood se ha ganado por méritos propios que cualquier estreno suyo en pantalla grande se convierta de forma instantánea en una cita ineludible, inexcusable. Convertido en el único director vivo que ha dirigido 11 películas nominadas en la categoría de mejor película en los Oscar, Spielberg es de esos tipos que nunca fallan. Y, cuando lo hacen, no quedan por debajo del 8 en una escala del 1 al 10, por lo que el notable lo tenemos más que garantizado. En esta ocasión, y para no perder la costumbre, el responsable de títulos tan míticos de la historia del cine como Tiburón (1975), E.T., el extraterrestre (1982) o Jurassic Park (1997), ha alumbrado una nueva obra maestra. Un 10. Una película de una perfección tan abrumadora que asusta y conmueve al mismo tiempo. Se titula Los Archivos del Pentágono y está predestinada a convertirse no sólo en uno de los títulos más emblemáticos de la filmografía de Spielberg, también en una de las cintas más importantes – y necesarias- de los últimos años.