Matrimonio a la italiana

Entre 1945 y 1950 tuvo lugar en Italia uno de los movimientos fílmicos de referencia fuera y dentro de sus fronteras; una revolución cultural que cambiaría la forma de entender el cine, de narrar las historias: el neorrealismo italiano. Esta corriente cinematográfica, que conoció en Roma, ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945) y Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948) sus dos mayores exponentes -por su capacidad de radiografiar un país azotado por la guerra, invadido por los nazis, masacrado por el desempleo- derivó, a partir de la década de los 50, en lo que pasaría a denominarse neorralismo rosa. Un periodo en el que la comicidad y el tono más amable de las obras terminó ganándole la partida al mero y recto compromiso social y moral imperante hasta entonces. Matrimonio a la italiana (Vittorio de Sica, 1963), ocupa un eslabón fundamental dentro de esta nueva forma de comedia surgida en la península. Co-producción entre Francia e Italia, la segunda adaptación a la gran pantalla de la famosa obra teatral de Eduardo De Filippo Filomena Marturano -la primera fue llevada al cine por el argentino Luis Mottura en 1949- terminó de definir, de forma lúcida e inteligente, lo que se llamaría típica comedia italiana, esa alejada del hiperrealismo puro, pero en la que nunca se renunció a ofrecer una satírica visión al desgraciado contexto social. 

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Deseo bajo los olmos

En los años 50 Hollywood vivió una edad de oro en cuanto a número y calidad de adaptaciones literarias, especialmente en el terreno del melodrama; el pistoletazo de salida a la hora de plasmar estos desgarrados relatos a la gran pantalla lo dio Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951), continuó con títulos como Sed de mal (Orson Welles, 1958) y se remató con otros como Deseo bajo los olmos (Delbert Mann, 1958). Película, una de las más notorias y más fieles adaptaciones al cine de una novela del dramaturgo Eugene O´Neill -junto a la también imprescindible Largo viaje hacia la noche (Sidney Lumet, 1962), film con el que comparte esa temática de ambiente familiar deprimente y resquebrajado que tanto preocupaba a su autor-, es un relato de alto voltaje por donde desfilan, con plena intensidad y a través de encendidos y airados diálogos, elementos como la traición, los celos, la violencia y el sexo, desafiando a una época en la que la Meca del Cine luchaba por desprenderse de los últimos resquicios de ese terrible mal llamado censura.

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Cintia

Probablemente, sin la presencia de Cary Grant y Sophia Loren, Cintia (Melville Shalvenson, 1958) no pasaría de ser más que una película liviana, pasajera… del montón. Adolece de ritmo narrativo, le sobran situaciones inverosímiles -algunas casi risibles- y el argumento no destaca precisamente por su originalidad. Sin embargo, resulta inevitable resistirse a la química que se produce entre ambos intérpretes, a pesar de su sustancial diferencia de edad: él 54 años, ella 25. Loren da vida a Cintia, una bella italiana hija de un famoso director de orquesta que, cansada de la vida de la alta sociedad, comienza a trabajar para ciudar a los tres hijos de Tom (Cary Grant), un abogado recién enviudado. Esta especie de Mary Poppins, un espíritu indomable en busca de un entorno en el que oxigenarse, se dedicará a cambiar por completo el clima familiar, hasta el punto que el protagonista no tardará en caer rendido a su temperamental carácter y su ocurrente personalidad. Porque en esta película una Loren en el despunte de su apoteósica carrera, además de ofrecer todo una lección de estilo gracias a una selección acertadísima de vestidos, también aprovecha para demostrar sus dotes como cantante y bailarina. En los momentos de rodar la película su carrera ya estaba divida entre Hollywood y Europa, y en ambas partes del océano se la consideraba una de las actrices más bellas que había dado nunca el cine.

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Una jornada particular

Termino de ver Una jornada particular (Ettore Scola, 1977) y mi más notoria impresión -quizá por mi condición de feminista-, es el poderoso homenaje que se hace a la figura de esas mujeres convertidas en amas de casa. O, lo que viene a ser lo mismo, en heroínas. Hay que serlo, sin duda, para llevar adelante una casa, a seis hijos, a un marido que te trata con una indiferencia suprema y no morir en el intento. Sophia Loren se desprende aquí del glamour y las lentejuales y, enfundándose en una bata y unas desgastadas zapatillas, se introduce en la piel de Antonietta, ama de casa de una familia humilde de la Roma de Mussolinni, presa de una existencia que transcurre con más pena que gloria, con nulas expectativas de futuro; en sus penetrantes ojos verdes se puede apreciar la infinita soledad a la que está abocada una vida cuya rutina pasa por vestir a sus hijos, limpiar la casa o hacer la comida. Todo ello aparece perfectamente retratado en los primeros minutos del film tras ese documental de valor testimonial con el que da comienzo la película y que muestra la visita de Hitler a Roma para reunirse con su camarada ese mítico 6 de mayo de 1938, un año antes del inicio de la 2ª Guerra Mundial. Pero Antonietta, firme defensora de la causa fascista, no podrá asistir a la celebración: le espera un nuevo día encerrada en las cuatro paredes de su casa, mientras reflexiona: «Madre no hay más que una: aquí hacen falta tres. Una limpiaría las habitaciones, otra haría la cocina, y la tercera, que soy yo, se metería en la cama a dormir». Sólo que hoy sabrá, por fin, lo que es sentirse querida.

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