Más allá de la vida

Si ya de por sí cualquier película orquestada por Clint Eastwood suscita la máxima atención del espectador en la historia, si el proyecto en cuestión gira en torno a una cuestión tan controvertida como la muerte, el interés es doble. En la infravalorada e injustamente olvidada Más allá de la vida (2010), el maestro hace gala una vez más de su habilidad para seducir al público con un tema que a todos, en mayor o menor medida, nos suscita algún tipo de interés como es la vida después de la muerte. Sin embargo, quienes se acerquen a la obra de Eastwood en busca de respuestas saldrán decepcionados ya que el director adopta no sólo una perspectiva neutral, sino que además se muestra más partidario de formular preguntas que de responderlas. De ahí que la cinta, rodada en la última etapa de madurez del director, desprenda un cierto sabor a despedida; como si más que ante una película, estuviésemos ante una obra audiovisual de carácter existencial rodada por esa leyenda viva, por ese auténtico narrador de fondo de 80 años que, como el resto de los mortales, se replantea las preguntas básicas sobre el sentido de la vida. 

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Con un guión firmado por el dos veces nominado al Oscar Peter Morgan, Más allá de la vida nos narra tres historia paralelas aparentemente inconexas que, a medida que se va consumiendo el metraje, se irán estrechando. Por un lado, Marie (Cécile de France, consagrada un año después con El niño de la bicicleta -Jean Pierre Dardenne & Luc Dardenne, 2011), una periodista francesa que sobrevive al tsunami que asoló el Sudeste asiático en 2004. Por otro lado, George un norteamericano que posee el don de comunicarse con los muertos, aunque actualmente ha dejado de dedicarse profesionalmente a ello. Y, finalmente, Marcus, un niño que necesitará respuestas para hacer frente al fallecimiento de su hermano gemelo. Tres personalidades diferentes lastradas por experiencias cercanas a la muerte que, a pesar de sucederse en diferentes puntos geográficos, irán hilvanándose -y complementándose- de forma espectacular. Es la magia de una película poseída por una estructura narrativa compleja, superlativa hasta la médula que, no obstante, envuelve en su espiral al espectador, con pasmosa sencillez, a partir de esos diez minutos iniciales absolutamente aterradores correspondientes a la recreación del tsunami que arrasó las costas del Oceano Índico-la misma catástrofe natural que J. A. Bayona recreó en Lo Imposible (2012)-. Un fragmento en el que Eastwood demuestra que es técnicamente insuperable -y que le valió a la película la única nominación al Oscar, la de mejores efectos visuales-, pero que puede dar una imagen equivocada de una película que destaca no por su corte intimista y por su capacidad de invitar a la reflexión. Es por ello que Más allá de la vida se hace necesaria para cualquier tipo de público, tanto para el que confía en que hay vida más allá de la muerte, como para el que niega rotundamente la mayor y se muestra totalmente escéptico en cuestiones parapsicológicas. Y es que el film no trata de convencer a nadie, sino reflejar cómo el hecho de vivir en primera persona una experiencia cercana a la muerte puede hacer que nos replanteemos nuestros -hasta entonces- sólidos principios o cómo la naturaleza intrínseca del ser humano va ligada a la búsqueda de respuestas.

La película, desde esa posición objetiva que comentábamos al principio, lo mismo se muestra complaciente con el personaje fascinante de George –que refleja la tesitura de hasta qué punto su capacidad de contactar con los muertos es un don más que una maldición-, que se empeña en reflejar con toda claridad el engaño del que se sirven presuntas médiums para estafar a personas especialmente vulnerables -para prueba, el tour que emprende el pequeño Marcus, desesperado, para contactar con su hermano-. Un personaje que protagoniza instantes tan significativos como cuando una profesora, en clase, le obliga a que se quite la gorra  -de su hermano-, al tiempo que Eastwood encuadra en el mismo plano a una niña a la que sí se le permite llevar un velo islámico. Son estos casi inapreciables, sutiles detalles los que terminar de encumbrar a Más allá de la vida en una de las grandes obras maestras de su director, a la altura -sí, a la altura- de Sin perdón (1992), Million Dollar Baby (2004) o El intercambio (2008). Y es que todo en ella es soberbio: desde su elenco de actores -Matt Damon pocas veces había estado mejor-, hasta la acertada música a piano obra del propio director -que, con muy pocas notas, logra dar el toque minimalista y sensible, que no sensiblero, a la película-, pasando por un nivel de producción intachable cuyo máximo responsable es Steven Spielberg. Todo dirigido por la abrumadora firmeza de un director cuya apuesta por hacerse cargo de este proyecto se antoja más a una necesidad vital -y existencial-, que a motivos comerciales. 

Matt Damon

En conclusión, una película a reivindicar, aunque sólo sea por la imprescindible escena de la que es la gran sorpresa del film: esa Bryce Dallas Howard, en un breve pero decisivo papel, experimentando en sus propias carnes que el hecho de ponerse en manos de cualquier persona con percepción extrasensorial no es ningún juego. Acabará la película, pero las lágrimas de su personaje seguirán doliendo y sus sollozos que, por desconsolados son los más desgarradores de todo el cine contemporáneo, quedarán grabados a fuego en las entrañas de aquel espectador con un mínimo de sensibilidad. 

que Más allá de la vida ll 80 años.

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