Suite francesa (Saul Dibb, 2014) es una película que lo tenía todo para ser un espectáculo poderoso y un romance épico perdurable pero que, por la desgana con la que parece estar rodada, no pasa de ser un triste telefilm de sobremesa. Un telefilm, eso sí, envuelto en una elegante factura para que parezca mucho más interesante de lo que es. ¿Cuál es el motivo de tamaño desatino? A la evidente falta de interés o talento del director por trasladar la novela autobiográfica de Irène Némirowsky a la gran pantalla, se suma una puesta en escena más fría que el hielo y una realización plana y monótona; aspectos que, junto a un guión que no arriesga lo más mínimo, convierten el visionado de esta película en una experiencia soporífera. Pierdo la cuenta de las veces que me remuevo en la butaca o que consulto el reloj en esta obra que consigue aburrirme hasta la extenuación con sólo sus 5 primeros minutos. Un comienzo caótico que, en efecto, hace presagiar que lo peor está por venir: las sospechas de absoluta falta de ritmo, de emoción, de pasión y de todo lo que haga al espectador implicarse lo más mínimo con el relato se van confirmando conforme se va consumiendo el metraje.
Esta coproducción entre Reino Unido, Francia y Canadá se traslada a los años 40 para narrarnos el peligroso romance que vive una campesina francesa (Michelle Williams) con un soldado oficial alemán con el que se ve obligada a convivir en plena ocupación del ejército nazi en Francia. Una historia que podría haber tenido su interés si el director se hubiese dedicado a explotar, por un lado, el terrible telón de fondo de la historia -aquí solucionado con una aceptable escena de bombardeos, y poco más- y, principalmente, la historia de amor principal. Es alarmante la torpeza de Dibb por imprimir un mínimo de garra a un romance al que le falta chispa por un tubo, además de verse lastrado por la absoluta falta de química entre los protagonistas. Escenas como la del baile furtivo en el salón son notas aisladas, bien resueltas, en medio de una narración en la que sus responsables hacen todo lo posible para que no entres en ningún momento, para que no te veas implicado en lo que te están contando, que por momentos tampoco se sabe muy bien qué es. Al final sales del cine de la misma forma de la que has entrado. Ni frío ni calor. Más bien frío.
La lista de defectos de la película no se queda ahí: además del total desaprovechamiento y mal uso de la banda sonora para hacer aflorar unas emociones que las imágenes por sí solas no pueden, no debemos pasar por alto unos personajes planos y esquemáticos hasta la extenuación, definidos todos ellos con un par de brochazos. Ni siquiera el rol de la malvada madrastra encarnada por la gran Kristin Scott Thomas -injustamente desaprovechada- demuestra tener la autoridad ni el interés dramático suficiente que la historia pide a gritos Exenta por completo de personalidad, Suite francesa se limita a seguir paso a paso el esquema de producciones similares sin aportar ningún rasgo diferenciador, sin más vocación que la de engrosar esa lista a donde van a parar las películas de las que nadie habla de ellas al año siguiente de haberlas estrenado. La culpa es de un Dibb por venderse al academicismo más simple, descuidando lo más importante de una película: el guión. Un guión debe de tener alma. Y lo único que tiene el de Suite Francesa es aburrimiento.
Es preocupante que lo más interesante de Suite Francesa sean sus títulos de crédito finales, momento en el que descubres la sorprendente historia real que hay detrás de la autora de la novela, asesinada en los campos de concentración de Auschwitz; una escritora que se merecía, sin duda, algo mejor que esta pobre, insulsa y falsamente aseada película que navega a la deriva desde el primer minuto. Si le quitas el acabado brillante de la puesta en escena y una Williams descomunal, capaz de transmitir con sus rasgos y su mirada lo que Dibb no es capaz tras la cámara, el resultado es un espectáculo del que cualquier amante de las buenas historias debe huir como de la peste.
Completamente en desacuerdo contigo, jajajaja.
Precisamente lo que demandas en la película, expresividad, expansividad es lo que nunca debe haber si la película quiere ser coherente con su intrahistoria. Esta es una película de pasiones reprimidas, silencios, en las que el espectador es el que se tiene que dejar sentir la congoja y no esperar que haya un alarde expresividad o emoción. Hay que jugar con lo que hay detrás y no con lo que hay delante y para eso tal vez sea necesario un mínimo de implicación del espectador. Por otra parte, ahondar un poco más en el contexto histórico tampoco lo veo necesario pues ya se supone cuál es y tampoco creo que ayudase a desarrollar la historia. Es más, la sugerencia de lo que hay detrás a veces pesa más en una película que lo que te muestran directamente. No digo que esta sea el caso.
Sí puedo darte la razón en la linealidad de los personajes y de la historia en general pero tampoco creo que sea un hándicap para quitarle valor a la película. Las interpretaciones son buenas y creíbles aunque sí creo que se le podrían haber sacado un poco más y la banda sonora correcta con un tema central (el de amor) absolutamente maravilloso y subyugante que, esta vez sí, da cuenta de la pasión subyacente y nunca confesa de estos dos personajes. Pero precisamente para eso esta muchas veces la música para expresar lo que las imágenes no alcanzan o sencillamente no quieren alcanzar para que este elemento sea un acicate más para entender la película ;).
jjajajaja, me encanta como empiezas tu comentario.
Realmente no me gustó nada «Suite francesa», es una película que no me aportó nada. Cierto es que otras películas tampoco aportan nada y están para pasar el rato, pero es que esta se me hizo especialmente soporífera. Es el perfecto ejemplo de telefilm de sobremesa que intenta dárselas de interesante e intelectual, al estilo «El mayordomo». No me pareció tan desastrosa como ésta, pero casi. Mala peli en mi opinión.
De intelectual no tiene nada, jajaja. Y telefilms, hay telefilms y telefilms…:P
Película fallida desde todos los puntos de vista. Analizándola hoy, ¿quién se acuerda de ella?