El crepúsculo de los dioses

The Artist (Michel Hazanavicius, 2011), ese fenómeno del cine contemporáneo, no fue el primero en retratar el ocaso de un actor de Hollywood, en demostrar que la distancia entre las mieles del éxito y el sabor amargo del fracaso es, desde dentro de ese cosmos que forma la Meca del cine, más corta de lo que parece a través de un George Valentin (Jean Dujardin) condenado al destierro cinematográfico debido a su inexistente capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos, a ese soplo de aire fresco y de modernidad que representa el cine sonoro.  Antes, cintas como El Crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) ya habían tomado esta idea temática como interesante punto de partida.  En esta corrosiva y ácida mirada a los engranajes del antiguo Hollywood de los años 50 -no muy diferente al de ahora- y moviéndose en todo momento entre el terror psicológico, el drama y el más puro cine negro, Wilder nos sitúa concretamente en Sunset Boulevard, ese lugar que une Los Ángeles con Beverly Hills donde residen las que en otros tiempos eran las integrantes de ese cotizado star-system americano, almas convertidas en otros tiempos en divas deseadas y en auténticos fenómenos sociales pero que ahora tratan de sobrevivir condenadas al más cruel de los olvidos. Viven sepultadas por el implacable paso del tiempo y, sobre todo, por una industria no regida precisamente por la misericordia. 

Uno de estos juguetes rotos, de estas víctimas de esta maquinaria hollywoodense capaz de construir sueños con la misma facilidad que destruirlos, es Norman Desmond (Gloria Swanson y su eterna mirada). Otrora reina del cine mudo, ahora vive encerrada entre las cuatro paredes de una lujosa mansión, anhelando convertirse en lo que un día fue, protagonizando una decrépita existencia con la única compañía de Max (Erich von Stroheim, que en la vida real fue el director que más veces dirigió a Swanson), su abnegado y servicial mayordomo que no hace sino alimentar ese mundo irreal que este vieja gloria ha construido, llegando a convertir su propia vivienda en una especie de museo de su propia figura. De carácter enigmático, tiránico y desquiciado, y con ciertas tendencias suicidas, Desmond vio su carrera profesional fulminada con la irrupción del cine sonoro, que desde el primer momento detestó: «No necesitábamos dialogo, teníamos expresión. Ahora ya no la tienen» y ahora sólo vive para un reconocimiento que nunca llega. La irrupción en su casa de Joe Gillis (William Holden), un apuesto joven que malvive trabajando como guionista, hará que vea en él la oportunidad de volver a convertirse en el gran mito que un día fue, aunque en realidad ambos intentarán sacar rédito y beneficio propio de esta circunstancial relación, que en todo momento se debate entre el amor y el odio. Y es que Gillis, que a partir de este momento se verá rodeado en un fascinante mundo de lujos, se percatará de que el destino le ha brindado en bandeja de plata la oportunidad de salir de la delicada situación económica que atraviesa y que viene a ejemplificar a todo ese colectivo de guionistas a los que los pesos pesados de Hollywood pocas veces tenían la consideración que merecían. Algo, como la propia esencia temática de la cinta, perfectamente extrapolable hasta nuestro días, en donde el colectivo de guionistas se ha manifestado públicamente a favor de ver reconocidos sus derechos y, sobre todo, un talento convertido en el verdadero alma de la película y sin el cual no sería posible. 

Convertido en un brillante ejercicio de metacine, en el que las entrañas del cine dentro del cine se muestran de la forma más explícita y descarnada posible, El crepúsculo de los dioses es un portento de dirección -el plano del cadáver de la piscina fue revolucionario-, de actuación y, sobre todo, de guión. En 110 minutos aparece condensado toda la maestría del co-guionista Billy Wilder que construye un relato narrado en primera persona a través de la insuperable e ilustrativa voz en off del protagonista. Sin renunciar al toque de humor negro presente en la mayoría de sus películas, como Testigo de Cargo (1957), tampoco se echa en falta esa visión desalentadora y crítica con la sociedad que ya exploró en El apartamento (1960) o Irma la dulce (1963), aunque aquí estas miserias humanas aparezcan focalizadas en la Meca del cine. Un territorio  retratado sin piedad, regido -como todo negocio que se precie- por cánones económicos y superficiales, donde el culto al aspecto exterior es, en ocasiones, el principal indicador de talento de unos actores convertidos en marionetas que deberán aprender la condición efímera de la fama, de la belleza y ser conscientes del poder destructivo de la ambición desmedida.

Elegida por el Instituto de Cine Americano como una de las 20 mejores películas de todos los tiempos, y galardonada con 3 Oscar (Dirección Artística, Guión y Banda Sonora) de un total de 11 nominaciones -se cuenta que no ganó el de Mejor Película precisamente por atacar a la industria-, El crepúsculo de los dioses pasará a la historia, además de por su habilidad para mantener la tensión narrativa en todo momento, por esa controvertida escena de Holden saliendo de la piscina -escenario vital en la trama- con el torso desnudo. Y es que, antes de que en Picnic (Joshua Logan, 1955) el  actor se saltase la censura con su pecho descamisado, ya provocó polémica en la obra maestra de Wilder. Con referencias explícitas a Lo que el viento se llevó«una película sobre la guerra civil»– o a la figura de Charles Chaplin -en una soberbia interpretación de Swanson-, la cinta sirvió para inspirar argumentalmente producciones posteriores como Misery (Rob Reiner, 1990) o Didi Hollywood (Bigas Luna, 2010). Con una bajada de escaleras espectacular que bien podría interpretarse como un descenso a los infiernos, y preparada para una nueva función que nunca llegará, se baja el telón de una película que, a diferencia de la vida de Norman Desmond, el tiempo jamás enterrará. 

6 comentarios en “El crepúsculo de los dioses

  1. Tío Pablo, lo haces super bien! Y qué peliculón, yo tengo grabada la bajada de las escaleras, parece que Swanson vaya a comerse la pantalla, es espectacular su semblante!

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