Alien, el octavo pasajero

Nunca he sentido especial devoción por el género de la ciencia ficción, aunque Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) es una de las inevitables excepciones. No sólo por su indudable condición de clásico del cine, sino porque con su carácter visionario e innovador sentó las bases de un género que, a pesar de no ser de mis favoritos, tiene obras maestras incontestables. Y lo más importante: es una cinta más cercana al terror que a la ciencia ficción. En realidad, lo que hizo Scott en esta película fue uno de los más hábiles híbridos de género que se recuerdan, convirtiendo a esta narración surrealista de invasión alienígena en un cuento de terror puro y duro, sí, pero donde tampoco faltan elementos del mejor cine de aventuras, fantástico, incluso alguna licencia erótica -esa escena que ha quedado para la posterioridad de la inmortalizada (y semi-desnuda) Sigourney Weaver, gracias a su papel de la suboficial Ellen Ripley-. La película, que originó varias secuelas e imitaciones, está protagonizada por siete tripulantes que viajan en la nave de carga Astromo y que, de regreso a la Tierra, son advertidos por el ordenador central, MADRE, de la existencia de una forma de transmisión desconocida. Al investigar, descubren que es una señal enviada desde fuera del Sistema Solar y deciden ir a comprobar su origen, con el capitán Dallas (Tom Skerritt) al mando. No tardarán en comprobar que no ha sido una buena idea.

Scott es consciente en todo momento que está pilotando -y nunca mejor dicho- una película que es la suma de varios de los cánones del género de terror, como es la lucha contra lo desconocido, la violencia o la propia presencia extraterrestre de la que la película coge el título; una presencia física tan limitada como efectiva. En realidad, el director pretende perturbar al espectador más por lo que omite que por lo que enseña, que éste se pregunte qué aspecto tiene esa amenaza que en todo momento puede presentir -e incluso escuchar-, pero que tarda más de media hora en aparecer. Aunque haya quien piense que este hecho atiende a razones de presupues, lo cierto es que en realidad es un intento de seguir la pauta marcada por su compañera generacional Tiburón (Steven Spielberg, 1975), donde el escualo no se mostraba físicamente hasta la primera hora de película. Eso sí, cuando este Alien irrumpe en pantalla lo hace de forma contundente, explícita y regalándonos estampas imborrables. 

Esta ficción surrealista, galardonada con el Oscar a los Mejores efectos visuales y Nominada a la Mejor dirección artística, nos ofrece elementos simbólicos que enriquecen la trama (como el nada casual peso narrativo de la figura de un gato, símbolo de la fertilidad para los egipcios, en una película con uno de los partos más aterradores, viscerales y escatológicos que se recuerden, que el director mantuvo en secreto de cara a los actores con el fin de dar más sensación de realismo), pero adolece sin embargo de lo que suelen pecar este tipo de producciones futuristas: un uso excesivo de esos planos de ordenadores y/o paneles de control, la mayoría imposibles de descifrar por el espectador medio, además de una primera media hora que no está a la altura del resto del metraje. Se echa en falta, en este tramo inicial, de algún susto en la línea de esa acertada sorpresa final y un mayor uso de los estéticamente innovadores efectos especiales, obra del artista y ganador de 4 Oscar Stan Winston (Parque Jurásico, Eduardo Manostijeras…). Asimismo, se podía haber ahondado más en las muertes de los protagonistas; a pesar de alguna escena impactante a este respecto, lo cierto es que aquí debería haber quedado más explotado ese sello de cinta morbosa que lleva implícito la película, que ofrece al final una sensación descafeinada en este aspecto. El perverso clima que envuelve el film, eso sí, consigue atrapar al espectador desde esos míticos títulos de crédito iniciales, y no soltarlo hasta el final de la función donde Scott no se resiste al happy end -que fue impuesto, dado que el director quería que el monstruo arrancara la cabeza de la luchadora y superviviente Ellen Ripley-. Un personaje, por cierto, que en una interesante lectura del film vendría a representar al conjunto de la humanidad, razón por la cual el espectador empatiza tan rápidamente con los personajes, tan cotidianos como entrañables.

Dueña de una de las campañas publicitarias más efectivas que se recuerden («en el espacio nadie podrá oír tus gritos»), la película fue un rotundo éxito en taquilla que consagró de por vida a Sigowey Wagner al género de la ciencia ficción. Ridley Scott no lo fue menos, perpetuando su condición de visionario director sólo tres años después con la obra maestra Blade Runner (1982). James Cameron dirigió la aceptable secuela, «Alien, el regreso» (1986), pero a partir de ahí todo fue a peor. Como casi siempre. 

Anuncio publicitario

6 comentarios en “Alien, el octavo pasajero

  1. No puedo hacer grandes elogios a una película que no me entusiasma, partiendo de que, tampoco a mí, me gusta mucho el género de ciencia ficción (siempre habiendo excepciones). Pero sí es verdad que, es efectiva, original y merece la pena verla.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s