Las cosas del querer

Maridaje intachable entre el drama de posguerra y el homenaje a un cimiento cultural español tan significativo como la copla, Las cosas del querer (Jaime Chávarri, 1989) no sólo es una de las películas más inspiradas de su director -a pesar de que se sitúe lejos de algunas de sus obras maestras, como Las bicicletas son para el verano (1984) o El desencanto (1976)-, sino también una de sus más polémicas. A pesar de que al final de la misma se nos advierte que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, lo cierto es que el personaje de Manuel Bandera está basado en la figura del coplero Miguel de Molina, quien tuvo que emigrar a Buenos Aires debido a su homosexualidad. En las memorias del malagueño, tituladas «Botín de guerra», el artista expresaba su malestar porque no había recibido la parte correspondiente a derechos de autor que considerada le pertenecían. Polémicas al margen, Las cosas del querer se muestra empecinada en rendir tributo a la figura del artista, algo parecido a lo que ocurriría en la inmediatamente posterior ¡Ay, Carmela! (Carlos Saura, 1990); una profesión que lo tenía especialmente difícil para sobrevivir en las entrañas de una sociedad consumida por el miedo, la falta de libertad y la desilusión. 

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El relato desgrana la historia de tres artistas que se unen para crear un grupo musical. Ellos son la actriz de variedades Dora Morán (Ángela Molina, en un papel especialmente significativo para ella al ser hija del cantante Antonio Molina), su novio, un pianista rudo pero de buen corazón (Ángel de Andrés López) y un vocalista gay (Bandera). Es especialmente interesante observar como no sólo permanecen unidos a pesar de las circunstancias, sino cómo cada uno vive el amor de una forma distinta, remitiendo en cierta forma al título del film: mientras que la pareja de novios vive una relación algo tortuosa, Mario se ve obligado a vivir sus amoríos en la clandestinidad por temor a las represalias. Un trío de roles que no tardarán en ser conscientes de que salir adelante a finales de la Guerra Civil española no es tarea fácil, experimentando en primera mano el sabor de la injusticia. Especialmente significativo es el caso del personaje de Manuel Bandera -en el que fue su primer y quizá último papel importante en cine-, donde se pone de relieve la homofobia recalcitrante de la época. Además, la película refleja de forma fidedigna cómo los artistas eran, más que cantantes, una especie de héroes al combatir a través del talento y la música, nunca con armas,  un régimen que aniquilaba los sueños de las personas. La película puede entenderse como una sucesión de actuaciones folclóricas, a través de las cuales se refleja hasta qué punto estos profesionales destilaban arte y alegría. Hay que destacar el gran nivel actoral de la cinta, tanto de una pareja protagonista -que cantan y bailan a la perfección-, como de los secundarios, entre los que brilla Amparo Baró, María Barranco o Rafael Alonso.

Dedicada a Quintero, León, Quiroga, Mostazo, Solano y a «tantos otros autores que hicieron posible la Canción Andaluza», Las cosas del querer arranca con el cante de Ángela Molina interrumpido por el rugir de las bombas para terminar reconvertida en una crónica acerca de la fuga de talentos que padeció España durante una dictadura que no dudaba en pisotearlos. Algo que trajo consigo un empobrecimiento cultural aún palpable en nuestros días. La música, en efecto, es la columna vertebral de la película, de ahí que la selección de temas esté muy cuidada: desde la melódica Las cosas del querer, hasta temas tan míticos como La bien pagá o Te lo juro yo, pasando por composiciones más populares como El olé o El cocherito leréCanciones insertadas en unos entrañables números musicales definidos por sus buenas coreografías y una gran labor de vestuario. La ambientación, por tanto, es uno de los puntos fuertes de la película, en contraposición con las elipsis, que dan lugar a algún que otro confuso salto narrativo.

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Ninguneada por la Academia de Cine española -a pesar de sus 7 nominaciones a los Goya-, Las cosas del querer sí vio recompensado su esfuerzo en taquilla, pues supuso un inesperado éxito tanto en España como en Argentina. Un hecho que cinco años más tarde propició una irregular secuela en la que se nos narra las vicisitudes de Mario una vez exiliado al otro lado del Atlántico y en la que podemos ser testigos, entre otros hechos, de su reencuentro con su compañera artística. Volviendo a su primera parte, la mayor rentabilidad que desprende esta obra castiza es su exaltado canto a la vida, aún en el peor de los escenarios posibles. Un notable ejemplo de cine musical, género poco transitado por el cine español.

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