No son pocos los ejemplos que nos ha ofrecido el cine de habla hispana en cuanto a tríos amorosos se refiere: desde Dieta Mediterránea (Joaquín Oristrell, 2009) hasta Castillos de cartón (Salvador García Ruíz, 2009) pasando por Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), película esta última de la que toma algún elemento prestado After (Alberto Rodríguez, 2010). El director de 7 vírgenes (2005), nos ofrece un ejercicio de retrato generacional, concretamente de aquellos que rondan los 40 años y se encuentran estancados en sus rutinarias vidas; en este sentido, la película no engaña a nadie: no aspira -como muchos piensan- a ser un fiel reflejo de toda esta generación, sino de una pequeña porción representativa. Algo que hay que tener muy en cuenta para no entrar en el equívoco de señalar de que After -como en su día ocurrió injustamente con Mentiras y Gordas (Albecete & Menkes, 2009)- pretende reflejar a un conjunto de población de este país sin distinciones. Ha sido precisamente ésta la crítica más repetitiva que ha tenido que soportar sobre sus hombros una película que ya desde su presentación -trailer y demás- se mostraba abierta en canal, esto es, presentando exactamente lo que al final ofrece. Una película, en este sentido, honesta y fiel a sus principios.
En After asistimos a un relato protagonizado por Ana (Blanca Romero), Manuel (Tristán Ulloa) y Julio (Guillermo Toledo), tres amigos desde la adolescencia que, una noche y ya transformados por el inevitable paso del tiempo en adultos, se reencuentran y deciden sumergirse en el mundo de la noche; un mundo en el que mostrarán sus miserias, sus preocupaciones y su incapacidad para ser felices. Sumergidos en las drogas, el sexo y el alcohol, estos tres cuarentones iniciarán un viaje de autodestrucción, desesperados porque la vida no eran tal y como imaginaban tiempo atrás. Pero, ¿es posible un nuevo viaje hacia la adolescencia? ¿es ésta la solución para huir de su estancada y monótona rutina diaria? Juntos, con sus aciertos y fracasos, aprenderán que no hay viajes al pasado que valgan y que la época del desenfreno y la despreocupación está cerrada. Es hora de abrir un nuevo capítulo.
La película abre con un precioso plano, de un minuto de duración, que apunta maneras: un reducido prólogo en el que nos presentan, sin diálogo y con la nostálgica música como único telón de fondo, a los tres protagonistas. Deambulan por la calle, tan perdidos como desorientados, sumergidos en la oscuridad de la noche, evadidos de la realidad. En sus camisas -ellos- y en su vestido -ella- destacan tres corazones luminosos de juguete, uno de los detalles más alegóricos y repetidos del film que no hacen sino revelar la falta de afecto en la que están envueltos estas tres almas solitarias. Tras esta pequeña introducción, da comienzo la película estructurada en tres puntos de vista, correspondientes a los tres protagonistas principales, desde los cuales está narrada. En relación a la falta de cariño a la que antes hacíamos referencia señalamos la escena en la que Julio se baja del coche en el que viajan los tres para comprar algo. «¿Qué has comprado?», le preguntan sus amigos. «Un corazón nuevo para cada uno», responde él, en uno de los momentos estelares de la función. Aunque a veces no están lo bien definidos que deberían -¿a qué se dedican profesionalmente?, ¿por qué, aunque son amigos, a veces da la sensación de que son desconocidos? ¿por qué perdieron el contacto tantos años?- el espectador logra empatizar con ellos.
El principal defecto After es su tendencia al subrayado; por un lado, no es necesario que los protagonistas dediquen media película a meterse rayas para dejar claro el mensaje que se quiere transmitir. Asimismo, tampoco ayuda un trabajo de montaje por el que se repiten algunas escenas numerosas ocasiones que más que aportar una finalidad narrativa lo único que consiguen es provocar confusión en un espectador echa en falta la necesidad de una cierta linealidad o coherencia en la historia. Los pocos definidos saltos temporales tampoco son de gran ayuda, provocando que el film se vuelva tedioso en determinados fragmentos y no mantenga siempre el mismo nivel de interés. Por el contrario, junto con las correctas actuaciones de los tres protagonistas -Blanca Romero aprueba con nota-, no son pocas las virtudes de la obra de Rodríguez: el director hace un excelente uso del lenguaje cinematográfico, sobre todo de la cámara lenta (las escenas ralentizadas de los tres saltando borrachos en la discoteca es de lo mejor de la película); por otro lado también merece la pena destacar la banda sonora, melancólica en todo momento, que ayuda a impregnar a la trama de esa sensación de vacío que quiere transmitir, realzando esa sensación agridulce, casi desangelada, que se nos queda en el cuerpo al finalizar el visionado. De todas las piezas musicales, si hay una especialmente metafórica es Frente a frente, de Jeanette, cuya letra sirve perfectamente para definir a estos tres espíritus sin rumbo.
Nominada a 3 Premios Goya -mejor actriz revelación, mejor guión original y mejor fotografía-, lo cierto es que puede que After no se mereciera más galardón que éste último, obra del gran Alex Catalán, ni siquiera es una gran película de nuestro cine. Pero lo que la hace mágica es que todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sentido como Ana, Manuel o Julio. Sí, puede que no hayamos llegado a sus niveles de inmadurez y patetismo, pero no dejamos de identificarnos con ellos en algún momento, en una película tras la cual hay altas dosis de talento y verdad. Una película que los detractores del cine español devorarán con ansia, pero los que lo amamos valoraremos lo arriesgadísimo de su propuesta y su marcado sello de autor. Y tardaremos años en olvidar esa descorazonadora sensación que deja su implacable final.