Entrelobos

Era de esperar que la vida de Marcos Rodríguez Pantoja, tarde o temprano, tuviese una versión cinematográfica. Por varios motivos: su caso ha sido uno de los más estudiados de la España reciente -llegando a protagonizar una tesis doctoral-, ha conmocionado a la prensa nacional e internacional y, por si fuera poco, el protagonista en cuestión sigue vivo, lo que no hace sino aumentar el interés por su historia. Su hazaña comenzó en 1953 -y duró hasta 1965-, cuando fue vendido por su padre a un cabrero en Sierra Morena con tan solo 7 años; abandonado por su familia, y sin más compañía que la de los animales, Rodríguez Pantoja deberá aprender a valerse por sí mismo tras la muerte del pastor. Así, pasaría los 12 años siguientes sin mantener ningún tipo de relación con los humanos, con los lobos como sus más fieles y leales amigos. Sin duda, una historia apasionante.

El encargado de materializar esta verídica historia fue Gerardo Olivares, uno de los cineasta españoles más premiados y comprometidos socialmente -sus películas 14 kilómetros (2007) o La Gran Final (2006) lo confirman- y con una larga experiencia en documentales. Ambas cualidades las aplicó en Entrelobos (2010), convirtiendo a esta historia de supervivencia, además de en una de las más taquilleras del año en nuestro país, en la revitalización instantánea de un género que amenazaba con extinguirse como es el de aventuras, a través de un film blanco, apropiado para toda la familia y con un trasfondo social tan complejo como necesario en nuestros días.

«Esta es una historia de amor entre un niño y la naturaleza», apunta un Olivares que se embarcó con Entrelobos en uno de sus proyectos más arduos y que tardó más de un año en materializarse. En primer lugar, el 90% del film se desarrolla en exteriores, lo que dificultó enormemente el rodaje, siempre a expensas de las condiciones meteorológicas; en este sentido, el trabajo de producción y el despliegue técnico es brutal (esa Sierra cordobesa totalmente ambientada según la estación del año en la que se desarrolle la acción, nieve incluida). En segundo lugar, deja aparcada una de las máximas de Hitchcock («nunca ruedes con animales ni con niños») y se embarca en una película en el que los cuervos, los conejos, las águilas o los lobos juegan un papel determinante en una historia que tienen a un chaval de 7 años como protagonista, con todas las dificultades -por motivos obvios- que esto conlleva.

El cast de la película, resulta, además de apropiado, revelador; por un lado encontramos nombres de primera final como Carlos Bardem (el malo), Luisa Martín (la madrastra) o Sancho Gracia- uno de los mayores iconos del género aventurero de nuestro país, felizmente rescatado en Entrelobos-, mientras que por otro lado nombres como el de Manuel Camacho, el niño protagonista y responsable de casi la totalidad del metraje, suponen todo un descubrimiento que culminó con la Nominación al Goya al Mejor Actor Revelación. El papel que desempeña en la película, como todos, supone todo un prodigio interpretativo de caracterización impecable (ese aspecto descuidado, ese acento andaluz…). Termina de completar el reparto el que es considerado uno de los mejores actores de nuestro país en la actualidad: Juan José Ballesta, sobre el que cae injustamente todo el peso del merkating de la película, a pesar de una presencia que se limita a su última media hora. Desempeña, eso sí, un papel de gran complejidad,  extremadamente físico -pronuncia tan sólo dos frases-.

La fotografía, limpísima y de muy bella factura, es otro de los puntos fuertes del film, logrando inmortalizar esas impresionantes parajes de la Sierra de Cardeña y Montoro -sus cuevas infinitas, sus cristalinos lagos, sus numerosas montañas- además de todos los movimientos de los animales, filmados con la mayor sensibilidad posible. Olivares recurre además a la ralentización del tiempo narrativo para dotar a las imágenes de mayor espectacularidad, de una elegancia animal que muy pocos cineastas son capaces de captar. Abusa, eso sí, de los fundidos a negro, demasiado constantes a lo largo del film para reflejar las constantes elipsis de tiempo de la acción. También juega en contra del director esa escasez de diálogos durante determinados fragmentos, lo que puede resultar un tanto desesperante para todos aquellos que sean incapaces de disfrutar del poder de sus imágenes.

Con cameo del propio Rodríguez Pantoja -en el broche de oro que cierra la película- Entrelobos no es más la historia que un hombre cordobés que aprendió todo lo que sabe en la vida gracias a la única compañía que tuvo durante 12 años: los lobos, con los que incluso llegó a comunicarse desarrollando un lenguaje específico. Son estos animales los que, en contraposición con el mundo degradante y destructivo del ser humano (una condena latente en los 100 minutos de película), los que enseñaron a este superviviente el verdadero valor de las cosas, que hoy llega afirmar frases tan hermosas como que «nada tiene tanta verdad como aquellos años que viví entre lobos». En la actualidad, el protagonista de esta verídica historia no cambiaría estos años de infancia y juventud por nada del mundo; una larga década en la que debió aprender a vivir… entre lobos.

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