Una vida por delante

Lasse Hallström no es Clint Eastwood ni nada que se le parezca, pero es innegable que es uno de los pocos directores clásicos que aún quedan en Hollywood. Más allá de sus aciertos o errores, el cineasta sueco posee esa innata virtud de dotar a sus proyectos de una peculiar atmósfera, entre lo intimista y lo épico, propia de los grandes maestros, sinónimo de buen cine. Así lo demostró con esas maravillas de Chocolat (2000), Las normas de la casa de sidra (1999) o, la más reciente, La pesca de salmón en Yemen (2011). El infravalorado realizador también fue responsable de Una vida por delante (2005), una de esas películas que tanto gustan al director por su corte amable, su carácter inofensivo, su falta de pretensiones rocambolescas en su argumento y su espléndida factura técnica, en especial de una fotografía a la que Hallström siempre presta especial interés. Con aroma de western, sin llegar a serlo, y con el drama de los malos tratos como inexorable telón de fondo, sin aspirar tampoco a ser una cinta de este subgénero, estamos ante un relato que empieza siendo una historia sobre la huída para derivar a una fábula familiar sobre el arte de perdonar, virtud intrínseca del film.

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