Fresas salvajes

Si hay una fecha especialmente significativa en la filmografía de Ingmar Bergman es 1957, año en el que el sueco estrenó en su país natal, con apenas diez meses de diferencia, dos de sus mejores obras maestras: El séptimo sello y Fresas salvajes. En éste último film, el director se zambulle en la vejez, uno de sus temas predilectos, a través de un relato en torno a un anciano que, atemorizado por la proximidad de la muerte, decide replantearse de nuevo toda su vida. Una de las muestras más notables de Bergman en el campo del existencialismo filosófico, Fresas salvajes se erige como una atípica road movie que habla de un viaje físico, el que el desconsiderado y solitario físico Isak Borg (Victor Sjöström), de 78 años de edad, debe realizar para el homenaje que le va a rendir su universidad. No obstante, este viaje por carretera derivará en lo que es la verdadera espina dorsal de la película: un periplo espiritual a través del cual el protagonista comenzará a entender los errores de un pasado marcado por un amor frustrado, trufado de egoísmo, en el que sus esfuerzos por ser asertivo con el prójimo han brillado por su ausencia. 

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