En los más de 10 años que Bryan Singer ha estado alejado de la franquicia X-Men, ésta lo mismo se ha encauzado por el derrotero del spin-off -las dos cintas centradas en el personaje de Lobezno (Huhg Jackman)- como por el del reboot –X-Men Primera generación (M. Vaughn, 2011)-. En cualquier caso, y obviando este último e infravalorado capítulo, ninguno ha estado a la altura de los dos de los que se hizo cargo Singer. No porque fueran malos sino porque, simplemente, no estaban capitaneados por alguien especialmente dotado a la hora de dirigir películas con muchos personajes –véase, además de X-Men y X-Men 2, Sospechosos habituales (1995)-, en fusionar de modo brillante acción con humor y, sobre todo, en la forma de controlar la compleja cosmología mutante, haciéndola accesible tanto al público familiarizado con los cómics como al que no. Singer retorna a una franquicia de la que nunca debería haberse ido con X-Men: Días del futuro pasado, y la jugada vuelve a salirle bien. La que es la ebtrega más ambiciosa no sólo de la serie sino de todas cuantas ha dirigido el estadounidense, contentará especialmente a los fans de los cómics por el tremendo respeto, consabidas licencias narrativas mediante, que demuestra por su material de partida, que en este caso corresponde a las viñetas de los 2 números de «Días del futuro pasado», publicadas en 1981 por el guionista Chris Claremont y el ilustrador John Byrne.
Uno de los grandes atractivos de la película son los continuos viajes temporales entre futuro y pasado, lo que en este caso se traduce como el año 2023, fecha post-apocalíptica en la que los centinelas han acabado con casi la totalidad de los seres humanos y mutantes, y la década de los 70, a la que es enviada el personaje de Lobezno por orden del Profesor X (Patrick Stewart) y Magneto (Ian McKellen) con el fin de cambiar el transcurso de la historia. Así, Lobezno deberá reunirse con Charles Xavier, ahora consumido por las drogas y el alcohol, y con Magneto, encerrado en una cápsula especial del Pentágono, para evitar la tragedia venidera. Pero si por algo sorprende la película no es sólo por mutar de época como quien no quiere la cosa -destacando lo bien ambientados que están los años 70-, sino por alterar su tono con la misma sencillez: Synger lo mismo dedica todo el fragmento inicial a dejar constancia de ese ambiente obscuro y opresivo en el que está sumido el mundo para, poco después, cambiar radicalmente el espíritu y volverse una obra mucho más viva, lúdica, haciendo un uso portentoso de su rica palestra de colores. Virtudes, desde luego, no le faltan a X-Men: Días del futuro pasado, que tiene todo lo que se le presupone a una película de estas características: conseguidas escenas de acción, borrachera de efectos digitales, personajes cada cual más carismático, piruetas perfectamente coreografiadas, un robusto calibre técnico… En definitiva, todos los artificios imaginables para contentar a los fans de las películas de superhéroes. Pero le falta lo más importante: el alma.
Más allá de que Singer cometa el error de enfocar su película a todos los públicos -infantil incluido, lo que hace que se modere en sus escenas violentas, obviando su clímax final o las sucesivas muertes de los mutantes-, o de un desarrollo algo difícil de seguir por su compleja arquitectura narrativa, lo que queda es una película limpia y depurada en el plano visual, mientras que en el argumental nos obliga a preguntarnos si los mutantes no son más que simples superhéroes que, un día, cansados de la marginación social, decidieron rebelarse. Además, está la capacidad de Singer por explorar hasta límites ahora ahora desconocidos el personaje de Mística (Jennifer Lawrence), un rol que andaba pidiendo a gritos más protagonismo durante toda la serie y que aquí, junto a Lobezno, ve cumplidos sus deseos, aunque ello suponga relegar el personaje de Tormenta (Halle Berry) y de otros tantos a un segundo plano: el vasto universo mutante, de todas formas, es inabarcable. El trabajado arco dramático de la chica con el don de cambiar su aspecto físico nos permite conocer a una Mística más rebelde y más hipnótica que nunca y, perfecta roba escenas, se disputa con Lobezno el título de la espina dorsal del filme.
Con sus errores y aciertos, existe algo indefinible en la película que engancha; un poderoso imán que nos amarra al asiento. Quizá sea por haber llevado al extremo el ya de por sí estrecho lazo entre la filosofía X-Men con la política, llegando incluso a vincular a los mutantes con el asesinato de JFK -por no hablar de las imágenes en formato doméstico en los que se ve a algunos de ellos en pleno desfile presidencial- por su espectacular cast -en el que brilla especialmente Michael Fassbender-, por regalarnos una escena tan grandiosa y operística como la de Quicksilver en la cocina -un momento a cámara lenta que ha entrado directo a entre lo mejor rodado nunca en el universo X-Men-, por no hablar de la «resurreción» de personajes que X-Men 3 no tuvo reparos en cargarse, como Jean, Cíclope o Bestia. Agradebles estímulos, todos, para disfrutar de una película que culmina, como ya viene siendo habitual, tras sus títulos de crédito, en un adelanto de lo que será X-Men: Apocalipsis, que nuevamente estará piloteada por Brian Singer. Esperemos que, ésta vez sí, no esté tan empeñado en adjudicarle el rótulo de «recomendada para todos los públicos».