No hay nada más estimulante para el amante del cine español -y del séptimo arte en general- que comprobar la existencia de una larga lista de talentos noveles que, con sus operas primas, certifican el buen estado de salud creativo de la industria. La herida (Fernando Franco, 2013), además de suponer el debut en el largometraje del hasta ahora montador y cortometrajista sevillano, encierra otro extraordinario descubrimiento: el de una colosal Marian Álvarez. Una actriz que, a pesar de haber participado en cintas como Lo mejor de mí (Roser Aguilar, 2007), ha quedado consagrada con este poliédrico papel. El egregio despliegue de la intérprete -auténtico alma de la película- junto con el compromiso del cineasta con su tema central -el Trastorno Límite de la Personalidad- da como resultado una de las cartas de presentación más profundas de los últimos años. Arriesgada y sincera, La herida es uno de esos trabajos que no se conforman con entretener: aspiran a ser un documento útil en la sociedad; un testimonio audiovisual que reflexiona acerca de la soledad a través de un personaje en situación límite que arrastra una herida imposible de curar y que ve en la autolesión la vía para salir del pozo de angustia en el que vive. De alguien que, aunque nadie sea capaz de escucharla, pide ayuda a gritos.
Lo interesante de La Herida es comprobar cómo el director, que escribió el guión al alimón con Enric Rufas, dibuja con igual mimo a esta protagonista que trabaja en un servicio de ambulancia y a cuya enfermedad nunca se hace referencia de forma explícita, y a toda su periferia humana. Esto es, a los individuos con los que Ana mantiene relación: desde sus padres -los personajes que más les costó escribir al autor- hasta su amiga de la infancia, pasando por sus pacientes o su compañero de trabajo. El trato con todos ellos son los que ayudarán a enriquecerla a ojos del espectador; un espectador que irá diagnosticándola conforme vaya observando cómo la joven actúa con cada una de estas personas de manera distinta o se comporta de forma diferente en cada uno de los escenarios donde se desenvuelve. Pero, sin duda, son los instantes en la intimidad de su hogar los que mejor la definen: bien encerrándose con pestillo en el baño o bien buscando consuelo con un anónimo de un chat donde la gente queda, literalmente, para suicidarse, y que fue uno de los aspectos que más llamó la atención de Franco. Precisamente, y aunque parezca una tontería, son estas conversaciones por ordenador donde, además de ganar intensidad la propuesta, mejor queda materializada la naturalidad con la que está abordado su conflicto: esas faltas de ortografía, por ejemplo, provocan que interpretemos dicho diálogo virtual -muy bien escrito, por cierto- como algo identificable.
La técnica con la que Franco penetra en el drama de su personaje está inspirada en el documental de los 70 o en el cinema véritè («cine verdad»). Pensada inicialmente como un documental, La herida se nutre de largos planos secuencia -técnica que el director ya exploró en sus cortometrajes-, del recurso de la cámara al hombro, la ausencia total de música no diegética, el hecho de que las acciones de sus personajes digan más que sus palabras verbalizadas -como se comprueba en las escenas citadas del chat- o unos planos cerrados que dan sensación de claustrofobia. El montador de Blancanieves (Pablo Berger, 2012), No tengas miedo (Montxo Armendáriz, 2011) o Bon Appétit (2010)-cuyo director, David Pinillos, es curiosamente el encargado de montaje de esta ganadora del Premio del Jurado del Festival de San Sebastián-, acierta al imponerse como máxima el seguir en todo momento a Ana con la cámara, como si ésta funcionase como los ojos de un público enfrascado en la tarea de averiguar cuál es ese trauma que ha ocasionado la fractura psicológica de la protagonista. Las interpretaciones al respecto son numerosas, pero en un par de escenas -la forma que tiene de dirigirse al padre en su boda o ese sueño infecto en el que las cucarachas y su sexo se dan la mano- se apunta a que el germen de dicho trastorno podrían ser los abusos sexuales de su progenitor. Pero, insisto, cualquier interpretación es válida.
Rodada en 16 mm, lo que le confiere una textura interesante, La herida tardó 2 meses en rodarse, pero fueron necesarios 5 años previos de documentación y confección del guión, proceso para el que la actriz -cuya forma de soportar los primeros planos es una de las razones que hacen grande la película- y el director estuvieron mano a mano del primer al último borrador. El resultado es una película que, a pesar de sus buenas críticas, algunos han tildado de no apta para todos los públicos. No puedo estar más en contra: creo que si de algo nos ayuda a tomar conciencia La herida es lo camuflados que están en la sociedad ciertos trastornos psiquiátricos. Si fuésemos capaces de asomarnos por la mirilla de la intimidad de muchas de las personas con las que nos codeamos en el día a día, observar cómo se desenvuelven cuando se piensan que no están siendo observadas, probablemente nos llevemos una sorpresa. Y esto nos atañe a todos.
Efectivamente Pablo. Es preferible tapar el dolor que mostrarle y el resultado es ese, una sociedad enferma. hacen falta más películas como ésta que nos acerquen a la realidad.
Enhorabuena!
Todo un descubrimiento, que recordaré siempre por haberla visto juntos. La sociedad está enferma, como la protagonista de esta historia. No es una película fácil, pero es de esas que te dejan un poso difícil de olvidar. Buen trabajo el de Franco.