Buscando a Eimish

El silencio más atronador. Así responde la protagonista de esta crónica del escapismo emocional, de la incesante búsqueda de la madurez a través del descreimiento de cualquier estamento políticamente correcto, cuando nada más empezar la misma su novio le pregunta de qué tiene miedo. ¿Cómo condensar en una respuesta, sin que el resultado no parezca extraído de una tesina doctoral, las frustradas expectativas familiares o el temor a la soledad?; ¿cómo explicar con palabras que se vive consumida por el desamparo, por la extinción del deseo y la ilusión? Con dichos ingredientes se va dibujando un rol principal que, por lo comedida que se muestra la guionista en ir dibujándolo, resulta tan atrayente como enigmático. El debut en la dirección de la hasta entonces cortometrajista Ana Rodríguez Rosell, Buscando a Eimish (2012), es una atípica road movie en la que una veinteañera (Manuela Vellés) huye de los brazos de su pareja para embarcarse en un proceso de descubrimiento interior por Europa. Busca, así, configurar su propia identidad, forjar su propio destino. Estamos ante un llamamiento al ser humano a cargar las maletas, despojarse de todos aquellos aparatos electrónicos que diariamente le atan -móviles incluidos- y embarcarse en un viaje hacia lo desconocido sin más esperanza esperanza que encontrar eso que, de alguna u otra forma, siempre hemos estado buscando. Y, de no encontrarlo, ser por lo menos conscientes de la madurez adquirida en el intento.

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Menos dibujado queda el personaje de Lucas, novio(Oscar Jaenada) de Eimish, que comienza a ir tras la pista de la muchacha después de que ésta le abandone. En esta travesía, Rosell aprovecha para deleitarnos con un gran dominio del flashback a través del cual se ilustra cronológicamente el romance entre los protagonistas; en alternancia, el descubrimiento por parte de Lucas de sorprendentes datos de la personalidad de la joven. Para filmar estas vías paralelas, la cineasta se adhiere al particular universo creativo de Isabel Coixet, aportando sobre su relato una mirada entre lo místico e, incluso, lo cosmogónico. Sin embargo, esta opera prima dejará un poco mustios a los fans de la directora catalana -target compartido-, por no gozar de la cohesión ni la dimensión anímica de, por ejemplo, obras como Cosas que nunca te dije (1996) o Mi vida sin mi (2003). A pesar de que se le nota cierto estilo formal y se agradece su voluntad de distanciarse de la manada, a Rosell se le ve el plumero en algunos de sus capítulos, sumidos en una (falsa) modernidad que repelerá a parte de dicho público potencial. Escenas innecesariamente estiradas, un rollo hippie que no es tan innovador ni complejo como se nos quiere vender, una permanente confusión de lentitud con profundidad y una recalcitrante orgía de sonidos -como si este permanente fondo sonoro fuese a dotar de ambiguedad un film que nunca la deja aflorar son los males de los que peca una obra cuyos escasos 84 minutos se antojan, paradójicamante, excesivos para una historia que podría haberse resumido en un corto.

Sin embargo, hay aspectos en Buscando a Eimish que me fascinan: junto con su bien escogida banda sonora -que ayuda a definir el tono y la estética del film-, su rico plantel actoral -Vellés,  Suárez o Cornet, ganador del Goya por La piel que habito (Pedro Almodóvar, 2010), brillan con luz propia- o su destreza al inyectar pequeños poemas a lo largo de la acción -dotando de volumen este conglomerado sensitivo- me quedo con la dicotomía que despierta su personaje central, imposible de catalogar como narcisista y inhumana -por no importarle la riada de dolor que deja a su paso al abandonar a todos y cada uno de sus novios, por diversas razones- o aguerrida y valiente -por lanzarse a perseguir sus sueños-. Despojando algún que otro diálogo absurdo o situación ilógica-el viaje hacia Berlín y otros países europeos de Lucas no termina de ser creíble-, el mensaje de la película es halagüeño, esperanzador. Sus primeros compases nos animan a perseguir con uñas y dientes una idea, por descabellada que sea; Buscando a Eimish nos empuja a montarnos en ese tren en el que podremos disfrutar de las puestas de sol y esos cableados tan infinitos como la voluntad humana para, finalmente, llevarnos a nuestra parada ¿Fructífera? Quizá eso sea lo de menos: quizá lo sustancial sea intentarlo. 

RODAJE DE LA ÓPERA PRIMA DE ANA RODRÍGEZ ROSELL

En el Festival de Málaga, donde se llevó el premio SIGNIS, la película dividió a los críticos: sus detractores veían un querer y no poder respecto a la post-modernidad y afán trascendente, mientras que sus defensores, entre los que me incluyo, vimos la historia de un viaje que, por pura necesidad vital, merece la pena emprender. Por varios motivos: porque en él descubriremos que hay más familias que la de sangre, nos exiliaremos de la incomprensión al conocer seres en situación emocional similar y, al mismo tiempo, seremos testigos de esos que han triunfado. Un trabajo arriesgado, qué duda cabe, de una directora que apunta maneras y que, de dejar a un lado ciertos ramalazos ascéticos, tiene todas las papeletas para deleitarnos con una estimulante filmografía en el futuro. 

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2 comentarios en “Buscando a Eimish

    • Eso espero, que no te hayas sentido amenazado en ningún momento! jaja Respecto a «Buscando a Eimish» la película no es nada del otro mundo, pero tiene puntos muy favorables. Es distinta a la mayoría, que ya es mucho, y los actores son espléndidos. Esta misma noche voy a ver «No amarás» y el lunes, tal y como te dije, publicaré la crítica. Lo bueno que tiene es que es corta (unos 80 minutos). Espero que me guste. 🙂
      Un abrazo y gracias por leerme!

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