Más que una película, Historias de Filadelfia (George Cukor, 1940), funcionó como auténtico revulsivo para Katharine Hepburn. Si bien la actriz estadounidense no ganó ningún Oscar por este papel -a pesar de que, a día de hoy, puede seguir presumiendo de ser la única de la Historia del Cine que atesora 4 de estos galardones- este brillante ejemplo de comedia de situación fue decisivo para que la intérprete siguiese demostrando su talento ante las cámaras, después de que los productores le adjudicasen la etiqueta «veneno para la taquilla» tras sus sonoros fracasos en el celuloide. Y es que, tras alcanzar la gloria -y nunca mejor dicho- con Gloria por un día (Lowell Sherman, 1939) -Oscar incluido-, la carrera de la actriz iba cuesta abajo y sin frenos, tanto que la implacable maquinaria hollywoodiense, a tenor de sus resultados recaudatorios, prácticamente dejó de contar con ella para sus proyectos. Hepburn se vio obligada, por tanto, a refugiarse en el teatro, medio que la acogió con los brazos abiertos. Convertida en una estrella sobre las tablas, su carrera profesional dio un giro de 180 grados con la representación de Historias de Filadelfia, novela que Philip Barry escribió expresamente para ella. El éxito fue tal que Hepburn, segura del potencial que tenía entre manos, compró los derechos de la obra para su versión cinematográfica, y de esta forma garantizarse también parte del control creativo de la misma. Estaba segura que tenía ante sí la oportunidad de demostrar a los productores y al resto de la industria que podía llegar a ser una de las estrellas más cotizadas de la Meca del Cine.
Hepburn no se equivocó. La actriz siempre se mostró agradecida por este proyecto de la Metro Goldwyn Mayer, pues supuso el verdadero inicio de su fulgurante carrer. Sabía que nada podía salir mal con las dos grandes figuras del star-system con las que iba a codearse: Cary Grant y James Stewart (ganador del Oscar), dos de los actores más cotizados de la época. Su interpretación de esa pelirroja de la alta sociedad, excéntrica y consentida, evidenció sus grandes dotes cómicas -demostradas dos años antes con La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938), un sonoro fracaso- supuso su primer gran triunfo en taquilla. Hepburn da vida aquí a Tracy Lord, mujer que se encuentra preparando el que será su segundo matrimonio. Será con el adinerado George Kittredge (John Howard), después de su sonado divorcio con el atractivo Dexter Heaven (Grant). Aunque el rumbo de los acontecimientos marcha con normalidad, la situación adquiere tintes surrealistas con la irrupción en escena de un periodista de una afamada publicación de crónica social -antesala de lo que hoy se conoce como prensa del corazón… o de vísceras- que siente una fuerte atracción por ella y, para colmo, la irrupción de su ex marido, dispuesto a todo por reconquistarla. Un peculiar grupo de hombres que, junto con el futuro marido, lucharán por llevar al altar a la joven. La pregunta que mantiene en vilo al espectador y que no se resolverá hasta el último minuto es: ¿quién será?
Último gran ejemplo de la screwball comedy, género cinematográfico que surgió a partir de la Gran Depresión caracterizado por el ritmo trepidante de los diálogos o por recurrir a la guerra sexos y a la mujer dominante como materia prima principal, no cabe duda que Historias de Filadelfia supuso una de las películas más adelantadas a su tiempo o, por lo menos, más impropias del Hollywood de la época. Tríos amorosos (o cuartetos), divorcios, dobles matrimonios, infidelidades… y hasta violencia de género (en un inicio que recuerda al mejor cine mudo) desfilan a lo largo de sus casi dos horas. Un polémico cóctel que se sirvió bien agitado y sin dejar aparcado en el arcén su sentido del humor. La gran originalidad de su planteamiento, terreno fértil para los giros narrativos, da lugar a todo un arsenal de gags, algunos tan hilarantes como el interrogatorio al que somete Tracy a los dos periodistas en su mansión. Si hablamos de las claves temáticas de la obra, las dos principales son, por un lado, su crítica a los convencionalismos sociales y a doble moral e hipocresía de las clases acaudaladas -aunque, en el fondo, la obra radiografíe el satisfactorio giro en la personalidad de su rol principal- y, por otro, la cada vez más imperiosa ¿necesidad vital? de la sociedad por penetrar en la vida privada de la gente -de ahí que la revista Spy tenga tanto peso en la trama-, como si el muy visionario director supiese que eso iba a derivar en el grotesco, infame espectáculo de la sociedad contemporánea.
Estamos, en definitiva, ante una comedia de enredo en la que nunca sabes lo que va a ocurrir o con qué nueva sorpresa nos sorprenderán los guionistas -supervisados por el propio autor de la obra original-, que pisa el acelerador desde el primer minuto y no lo suelta hasta el final. Resulta imposible atisbar un rastro de aburrimiento en una película, por otro lado, elaborada sin más aspavientos que la fuerza de un guión -premiado también con el Oscar-, una espectacular labor de atrezzo y unas prodigiosas interpretaciones. Un artefacto funcional a partir del cual la mítica actriz pasó a consolidarse como una de las grandes, tal y como lo reflejaron posteriores trabajos como De repente el último verano (Joseph L. Mankiewicz, 1957) o La reina de África (John Huston, 1951), donde Katharine Hepburn terminó de demostrar que, sin ninguna duda, había nacido para dar vida a personajes complejos.
Es mi película favorita y para mí, una de las mejores de la Historia del cine…aunque sea una cómedia, es ácida, con diálogos trepidantes y genial interpretación por parte de todos, incluidos secundarios.
Gracias por la crítica, tienes razón en muchos detalles, incluido el episodio inicial que no sé si hoy sería políticamente correcto…, pero extremismos aparte, es una comedia y me río cada vez que recuerdo la escena…Absolutamente genial…
Yo la descubrí hace poco, conocía varias películas de Katharine Hepburn y ésta siempre la tenía pendiente. Finalmente la vi y el resultado cumplió con mis expectativas; ese trío de actores protagonista es impagable. Un placer que te guste la crítica, y genial que tú también te hayas percatado del detalle inicial (a mí me llamó mucho la atención… hoy sería casi inadmisible una cosa así), pero como bien dices polémicas aparte. Es una delicia.
Me gusta especialmente el proceso de transformación que va experimentando la protagonista… como al final Hepburn se va dando cuenta que las clases sociales no son tan importantes. Tengo ganas de volver a verla. Por cierto, ¿de donde eres? Tanto comentarme en el blog me ha entrado curiosidad! jaja
Un saludo y gracias por tu comentario!
soy de Madrid… 🙂
Lo mejor de la evolución del personaje de Katharin Hepburn es cuando se da cuenta, porque todos se le plantan y le dicen lo que no le gusta oir, en contraste con el personaje de James Stewart q sigue deslumbrado por su apariencia sin importarle como se siente realmente…creo que la molesta que se haya enamorado de la imagen que ella ha creado de sí misma y tiene la inteligencia suficiente de evolucionar…
No sé. siempre tuve esa sensación