Fuera de carta

Lo primero que pensé cuando tuve constancia de la existencia de Fuera de Carta (Nacho. G. Velilla, 2008), es que ya era hora de que el creador de las dos sit-com más influyentes de la historia de la televisión en España –7 vidas y Aída-, pudiese demostrar también su talento en la gran pantalla. Siguió así el ejemplo de Tom Fernández, también guionista de ambas series, que un año antes debutó con la estimable opera prima La torre de Suso (2007). Velilla, auténtico buque insignia de la comedia en nuestro país, pone al servicio de  Fuera de carta todo el ingenio y gracia de la que hizo gala en la pequeña pantalla, en una obra confeccionada para erigirse como remedio a todas las penas, como refugio a todos los males. El director y guionista explota esa máxima sagrada de la sit-com que obliga ofrecer un gag cada quince segundos para regalarnos una historia construida a base de tópicos, sí, con personajes que no escapan del cliché, también, pero en la que todo ello termina dando igual ante la búsqueda incesante de la carcajada que persigue, con rotundo éxito, el realizador.

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A Maxi (Javier Cámara) la vida le sonríe: regenta un prestigioso restaurante en el barrio madrileño de Chueca, al tiempo que vive con toda naturalidad su homosexualidad e intuye que dentro de poco le obsequiarán con la estrella Michelín. Sin embargo, la repentina muerte de la que un día fue su mujer -que le dejará al cuidado de los dos hijos a los cuales abandonó hace años- y la llegaba a su vecindario de un aclamado futbolista argentino (Benjamín Vicuña), supondrán un giro radical en la apacible vida del chef. Para desarrollar su función, en la que se reafirma como un maestro a la hora de retratar los conflictos de pareja, los malentendidos o las infidelidades, Velilla se rodea de un reparto coral, presos de un don especial para la comedia. Desfilan, con aplastante solvencia, nombres como Fernando Tejero, Lola Dueñas o el propio Javier Cámara, galardonado en Málaga por este papel -Festival donde la película conquistó también el Premio del Público-. El reparto al completo, en perpetuo estado de gracia, contagia al público su frescura, su agradable espontaneidad y se convierten, sin ningún género de dudas, en el alma de una película que transcurre con la misma fluidez como uno de los capítulos de las series nacidas bajo el papel y lápiz del cineasta.

Éste fue, precisamente, el principal argumento que esgrimieron sus detractores para criticarla: que Fuera de carta, más que un ejercicio cinematográfico de cierto nivel, parecía un capítulo de 7 vidas alargado. Sin más. No obstante, a pesar de que pueda ser razonable achacarle una puesta en escena deficiente o un empaque formal tan descafeinado como televisivo, lo sorprendente es que la película no deja margen para que nos percatemos de ello. Su escasa ambición técnica en absoluto es impedimento para cumplir su principal propósito: conseguir que la gente olvide sus problemas durante algo más de 100 minutos. De ello dan fe escenas como la del karaoke, la del partido de fútbol o los chistes verdes del espléndido Luis Varela, predestinadas a ocupar un capítulo de oro en la comedia española. Su algún que otro diálogo fácil o determinados chistes de mal gusto, también sirvieron de arma arrojadiza para sus detractores, que no dudaron en catalogarla de película fácil. ¿FÁCIL? Animo a todos que emplean tal calificativo que piensen en la infinidad de películas que se filman anualmente que persiguen a toda costa, y con escasa fortuna, lo que Fuera de carta consigue sin aparente esfuerzo: transportarte a un mundo de locura, diversión y desenfreno, ese que logra que la sonrisa se te instale en la cara desde el minuto uno y no se borre hasta el final. No, no es una película fácil. De hecho hacer reír al espectador es lo más difícil del mundo. ¿Que para ello hay que asumir ciertas licencias, como el repentino cambio de actitud del personaje de Lola Dueñas en un determinado momento, la atropellada y poco verosímil relación amorosa Max, o la increíble forma de actuar de algunos de sus roles? Sin problemas: es algo que se lleva haciendo desde tiempos inmemoriables en el cine y, si no, ahí están -salvando las distancias- Billy Wilder o Woody Allen para atestiguarlo. La suspensión de la credibilidad en -cierto tipo de- comedia es secundario. 

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Particularmente, y aunque algunos les pueda parecer que chirría con el tono del film, se agradece sus brochazos de cine social -desde el bullying o los homófobos padres del protagonista, pasando por cómo la homosexualidad sigue siendo un tema tabú en diversos sectores profesionales o su necesario alegato de la familia monoparental-, ya que dota de empaque una película sin más pretensión que el humor. También he oído que Fuera de carta fomenta ciertos estereotipos de la homosexualidad, que hace un flaco favor a la igualdad de oportunidades, un argumento que en mi opinión bordea lo ridículo y ante el cual me sitúo diamentralmente. ¿La razón? Sencilla: me niego a que exista gente que sea capaz de extrapolar al conjunto de un colectivo, el que sea, el retrato que se hace de uno de sus miembros -ya sea gay, cura, o militar-. Digresiones aparte, Fuera de carta es una -potente- fábrica de hacer reír, servida con cariño, capaz también de emocionar -ojo al fragmento El artista del alambre, de Amaral- pero que, por encima de todo, funciona como el más eficaz de los tratamientos anti depresivos. 

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1 comentario en “Fuera de carta

  1. Muy buena crítica Pablo. La he visto 2 veces y me he reído bastante. Javier Cámara es muy grande!!! La verdad es que a todos aquellos que les da repelús el cine español les recomendaría esta película. Es de esas que no defraudan porque te hacen pasar un buen rato!

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