Concursante (Rodrigo Cortés, 2006) es una película que me desconcierta. De esas pocas que, una vez acabada la proyección, dudo entre aprobarla o suspenderla. Un bicéfalo ejercicio fílmico que atesora tantas virtudes como defectos. Como tiendo a subrayar más lo primero que lo segundo, de entrada diré que esta opera prima se sitúa por encima de la media; al primer largometraje del hasta entonces cortometrajista Cortés sorprende por su arrojo visual y por las buenas intenciones que deja asomar su potente idea de partida, la cual, y aquí viene lo malo, no está lo bien desarrolla como cabría esperar. Éste fenómeno, el de no saber llevar a buen puerto una sinopsis que vale su peso en oro, más tarde lo repetiría en la irregular Luces Rojas (2012), no así en la magistral Buried (2010). Concursante aspira a constituir una sátira de la sociedad actual a través del relato de un hombre premiado con el mayor premio de la historia de la televisión: 3 millones de € o, lo que viene a ser lo mismo, 500 millones de las antiguas pesetas. Objetivo que el film sólo consigue a medias: falta mucha mala baba para que la película pueda ser definida como todo lo mordaz o hiriente que pretende ser.
El agasajado en cuestión es Martín Circo Martín (Leonardo Sbaraglia), un profesor de Historia de la Economía que, junto a su novia, un día se convierte en millonario. Sin embargo, lo que parecía ser el final de todos sus problemas, sólo será el comienzo, y la vida de Circo Martín se convertirá en una inesperada pesadilla. A partir de un comienzo de reminiscencias a El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), el director y guionista lanza al cielo a su protagonista -literalmente- para arrastrarlo después al infierno, a un auténtico vía crucis de escapatoria imposible. El problema es que lo que podía haber sido una cáustica mirada acerca de los concursos de televisión o de como las grandes cantidades de dinero pueden terminar destrozando a las personas, se queda en algo descafeinado, falto de chicha. Lo primero lo omite por completo, y lo segundo a medias: bien es cierto que Concursante se empeña en desmontar el tópico que el dinero no da la felicidad, aunque para ello recurra al subrayado, pero está contado de una forma tan pomposa, tan meticulosamente artificial que cualquier rastro de empatía por la historia es mera coincidencia.
En efecto, aunque valoro positivamente la voluntad de un director novel en rodar algo diferente, en dar rienda suelta a su personalidad, también existen los límites: no se pueden agotar todos los recursos visuales, todas las constantes metalingüísticas o todas las técnicas de narración habidas y por haber para elaborar tu relato, al cual nunca llega a penetrar en el meollo del asunto central. Porque, de abusar de los desmanes narrativos, corres el riesgo de saturar a tu público, perdido en los inabarcables movimientos del objetivo de la cámara, la abusiva cámara lenta, cúmulo de datos inconexos, vertiginosas frases, tiros de cámara imposibles o saturado de un montaje tan trepidante como finalmente irritante. Todo eso condensado en poco más de 80 minutos, en los que hubiese estado bien no dar respiro posible al espectador, pero no someterlo a una retahíla continua de expresiones endiabladas en las que el argot económico está muy presente, por lo que limita su público potencial. En efecto, no es un título para todos los públicos, pero su exhibición en las facultades de economía y psicología debe quedar fuera de toda duda. Además, el film sale beneficiado en su denuncia hacia la sociedad capitalista, como bien demuestra esa sucesión de escenas en la que el protagonista y su mujer -la cual desaparece misteriosamente llegado a un punto en el metraje- ilustran todo lo que se han comprado con el premio. También me han gustado sus últimos diez minutos, donde el film invade el carril de la emotividad y, ojo, no sólo no chirría, sino que incluso logra dejar buen sabor de boca y que le perdonemos sus carencias.
Concursante, a la que se le intuye gracias dosis de talento y en la que por encima de todo confía en la inteligencia del espectador, se ve beneficiada de la época que la ha parido, antesala de la crisis económica mundial, y se le agradece su voluntad por ofrecer respuestas acerca de la misma, por mostrarnos los engranajes del sistema financiero. En esta línea, se podría considerar a Cortés como un visionario, puesto que la vorágine de la demonización a la que en la actualidad están sometidos los bancos y entidades de crédito ya se inició con esta película. Porque, por encima de males y aciertos, detrás de Concursante es una réplica inteligente contra ese sistema, paraíso del despilfarro, que nos estafa, nos roba y, como hace el propio guionista con su rol principal, nos pone la miel en los labios para luego, inmisericorde, arrebatárnosla.