El baño del Papa

Nadie le negará la originalidad a una propuesta capaz de tomar como base argumental dos hechos tan dispares como son la visita del Papa a una localidad y la construcción de un urinario público para los peregrinos que se acerquen a ver al Pontífice Si, además, esta trama no es más que la excusa para radiografiar un país tan asolado por la pobreza y la falta de recursos como Uruguay, la cinta es cuestión pasa a ser imprescindible. Ambientada en 1988 en la ciudad uruguaya de Melo, El baño del Papa (2007), debut en la dirección de Enrique Fernández y César Charlone -director de fotografía, éste último, de films como Ciudad de Dios (2002) o El Jardinero Fiel (2005), ambas dirigidas por Fernando Meirelles, que también ejerce aquí de productor-, es uno de lo más perfectos ejemplos de cómo un país con escasa tradición cinematográfica y pocos medios económicos puede ofrecer -con la colaboración de  Brasil y Francia-, una película rodada con sentimiento, realista hasta la médula, una reivindicación a un valor cada vez más en desuso como el estímulo y con un trasfondo sociopolítico capaz de poner los pelos de punta.

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Cuando los lugareños de la ciudad fronteriza de Melo se enteren de que el Papa Juan Pablo II tiene previsto visitar el país en breve dentro de su gira por Latinoamérica, comienzan a ingeniárselas para vender, a los casi 50.000 visitantes que pronostican los medios, todo tipo de productos, desde comida y bebida hasta ropa. Pero, sin duda, el más original es Beto (César Troncoso), que se propone construir para los fieles una letrina enfrente de su casa y, al cobrar por utilizarla, poder salvarse de la ruina económica. A partir de tan original punto de partida, que evoca inevitablemente a Bienvenido, Míster Marshall! (Luis García Berlanga, 1953), El baño del Papa va desgranándose como lo que verdaderamente es: la crónica de un pueblo que se ampara en la ilusión y la esperanza para derrotar, de una vez por todas, la adversidad que impregnan una cotidianidad que transcurre entre chabolas y en donde el agua potable casi es un bien de lujo . A pesar del desolador retrato que se hace de la ciudad -esos planos generales a los que se recurre, de forma nada casual, en la primera parte del film-, los directores consiguen plasmar el verdadero mensaje  de la película, que no es otro de hasta qué punto el ser humano es capaz de agudizar el ingenio, estimular la imaginación, cuando de ello depende reparar su deficiente calidad de vida.

Estrenada en el Festival de Cannes, El baño del papa es un espectáculo cálido y acogedor que deja en un segundo plano su limitación presupuestaria gracias a la determinación de sus actores, en su mayoría no profesionales, y un guión tan honesto como comprometido. Este compromiso para por reflejar fielmente cómo era la vida de los llamados quileros -personas volcadas en el contrabando a pequeña escala, comprando comida en la frontera de Brasil para luego venderla en Uruguay, evitando los controles aduaneros-, hasta en cómo la religión se convierte para esta gente en un soporte esencial para salir adelante. La impactante escena que mejor ejemplifica este hecho es cuando los habitantes de Mali observan fijamente, a través de destartaladas televisiones -el único medio por el que este pueblo aislado, casi marginal, parece recibir noticias del exterior-, la llegada del Santo Padre a la ciudad, al tiempo que rezan y se santiguan; chocante escena que parece llevar implícita una cierta crítica a esas altas esferas de la religión que parecen permanecer impasibles a la situación de absoluta miseria que tiene lugar a poca distancia de allí. 

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En el plano técnico, hay que subrayar la calidad de su fotografía, una banda sonora rica en matices y un audaz uso de montaje. Rodada con pulso, los directores aciertan al imprimir de cierto estilo documental, incluso de western, una historia alejada del tópico y con personalidad propia, a pesar de que nunca encuentra el tono adecuado entre la comedia y el drama. El baño del Papa, en definitiva, fluye gracias a la implicación emocional de un tándem de directores, autores también del guión, que apostaron desde el primer momento por una historia arriesgadísima, de argumento descabellado, pero resuelta con maestría. En definitiva, estamos ante uno de esos empujones definitivos que necesitaba el cine uruguayo para terminar de convertirse en una de las industrias más a tener en cuenta no sólo a nivel latinoamericano, sino a nivel mundial. 

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