Sangre sabia

Con John Huston sucede como con Woody Allen: hasta los títulos menores de su filmografía merecen una oportunidad. Es el caso de Sangre sabia (1979), fiel adaptación de la novela más famosa de la prestigiosa Flannery O´Connor, escritora católica que, al igual que algunos de sus contemporáneos como Truman Capote o John Salinger, quiso reflejar en su obra el desencanto y la soledad de la juventud americana de mitad de siglo, marcada por la segunda guerra mundial y con escasas expectativas. Así nació Hazel Motes, el protagonista de Sangre sabia , interpretado en la -muy respetuosa con su material de partida- película de Huston por un excepcional Brad Dourif. El director consigue capturar la esencia de la novela de O´Connor reflejando en cada uno de los planos ese aroma putrefacto de la América profunda, desolada, invadida por la soledad, la falta de emoción y por personajes tan carismáticos y surrealistas como el propio Motes que, al fin y al cabo, sólo intenta encontrar el propio sentido de la vida. 

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A pesar de la meritoria interpretación del actor principal -un papel francamente difícil- y de su notable ambientación y estética -que influyó posteriormente en el cine de los hermanos Coen-, Sangre sabia es consciente que no es una gran película, ni tampoco figura en los primeros puestos de la lista de un director responsable de títulos tan míticos como El tesoro de Sierra Madre (1949) o El honor de los Prizzi (1986). Esta historia acerca de un joven que vive por y para averiguar el por qué de su existencia cuenta como principal inconveniente en que al espectador se le hace imposible establecer cualquier tipo de conexión con este predicador religioso que, en su mayoría de apariciones, resulta tan grotesco -a veces incluso surrealista- como la película en sí. Tampoco ayudan, desde luego, el (casi) carácter coral de una ficción por la que van desfilando toda una retahíla de inconexos personajes (la chica joven -cuya trama no está bien definida-, el amigo de Motes-que, entre otros aspectos indescifrables, llega incluso a disfrazarse de mono…) que no sólo no aportan nada destacable a la función, sino que potencian ese espíritu tan superficial como inclasificable de una película que no termina de definirse en ningún momento. Por un lado, se me hace imposible interpretarla como una condena al fanatismo religioso que marca el carácter del protagonista debido a sus toques de comedia ligera, a su la falta de contundencia al respecto -a pesar de que, como se nos muestra, en ocasiones esto pueda llevar a conducir a la propia muerte- y, sobre todo, porque Huston en ningún momento se implica con el potente drama que sufre el personaje principal y, por otro lado, tampoco se trata de una película de humor, tal y como deja patente su impactante final. Quizá podría funcionar como un discurso no en contra de la religión -tal y como creen muchos- sino de la ineficacia de los credos por adaptarse a los nuevos tiempos, tal y como se llega a citar textualmente en la cinta; la religión, de hecho, se presenta como una excelente alternativa para huir de la soledad -otro aspecto discutible, puesto que habrá quien apunte que lo que hacen las religiones es aprovecharse precisamente de esto-. De cualquier manera, la sensación de que parece confeccionada bajo un robusto caparazón bajo el cual es imposible acceder, es bastante holgada.

Huston, no obstante, soslaya en la medida de lo posible estos mejorables aspectos ofreciendo un prólogo contundente -lástima que el espectáculo, a raíz de ahí, quede desinflado para volver alzar el vuelo en el tramo final, cuando ya es imposible salvarse de la hoguera- y una más que satisfactoria banda sonora del reputado compositor Alex North -autor, entre otras maravillosas, de Unchained Melody o de la música de Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951). Esta partitura, el mayor punto fuerte del film junto con la inolvidable interpretación de Dourif -digna de Oscar-, funciona como una inmersiva experiencia en las intersecciones de la esquizofrenia, la psicología o la sinrazón, aspectos sobre los que versa el film.

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Con todo, a pesar de que su magnífica idea de arranque termine difuminada y persista en comulgar con un esquema repetitivo que no le beneficia en absoluto, Sangre sabia es una película recomendable y un buen ejemplo de cómo se puede adaptar de forma modélica una novela. Viéndola uno entiende por qué no ha pasado a la historia pero, tratándose de Huston, merece una oportunidad. 

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