Con un arrollador comienzo, de cortante y abierta violencia, Ridley Scott da el pistoletazo de salida a Gladiator (2000). Ambientada en el año 180 d.C, época en la que el Imperio Romano era dueño y señor de todo el mundo, esta galardonada película es uno de los ejemplos más nítidos de que la fusión de cine comercial con el de calidad no sólo es posible, sino incluso recomendable: rezumando espectacularidad, unas muy acertadas gotas de romanticismo y una gran dimensión épica -agudizada por la espectacular banda sonora de Hans Zimmer-, el director de Alien, el 8º pasajero (1979) o Prometheus (2011)- vuelve a erigirse como un valor seguro en cuanto a poderío visual se refiere, al tiempo que logra una película no ya sólo muy entretenida, sino accesible a todo tipo de público, como más tarde lo sería Ágora (Alejandro Amenábar, 2009). Ambas obras cuentan la historia de una forma muy didáctica, a pesar de que las licencias que se permite Scott son superiores a las del film español. Es por ello que no hay que tomar a Gladiator como un documento histórico puro y duro, sino más bien como un artefacto en el que, por encima de su falta de apego a la realidad, lo que verdaderamente termina importando es su grandiosidad. En todos los aspectos.
Uno de los ejes vertebrales de la trama es la rivalidad que se establece entre Máximo (Russell Crowe), bravo general de los ejércitos, y Cómodo (Joaquin Phoenix, en la mejor interpretación de su carrera junto con la de Two Lowers -James Gray, 2008-), el hijo de Marco Aurelio (Richard Harris), cuando éste designa a Máximo como su sucesor. A pesar de sus excesivos 150 minutos de duración -a la película le sobra media hora- y de estar algo sobrevalorada, es de justicia reconocer el buen desarrollo del relato de la que hace gala el film, sin que legue a aburrir en ningún momento, conquistando al personal desde el minuto uno. Precisamente por este motivo terminamos perdonando a Scott: da igual que la historia que subyace en Gladiator ya nos la hayan contado decenas de veces y que vaya irremediablemente ligada a una inevitable sensación de deja-vu, porque el director consigue distanciarse del resto por su impecable factura técnica y su eficaz -y premeditada- hibridación entre realidad y ficción. El resultado es un relato más contundente y poderoso de lo que nos puede parecer; de hecho, aspectos como la codicia, el rencor, amor, compasión, crueldad, piedad, templanza, poder, celos o esclavitud se van entrelazando a lo largo del metraje, demostrando que Gladiator podrá ser acusada de muchas cosas, pero nunca de liviana.
Esta revitalización del género péplum -o, lo que es lo mismo, el cine histórico de aventuras-, es un título contemporáneo imprescindible que en nada tiene que envidiar a algunas de sus compañeros clásicos tipo Espartaco (Stanley Kubrick, 1960) o Quo Vadis (Mervyn LeRoy, 1951). Y es que, aunque Scott carezca de la genialidad de LeRoy y Kubrick, saca el máximo partido al avance de los efectos digitales y las nuevas tecnologías, consiguiendo una exorbitante ambientación de la antigua Roma, que no hace sino trasladarnos de forma instantánea a la época -la recreación del Coliseo o esas explícitas batallas entre gladiadores, por ejemplo, no hubiese sido posible hace 50 años-. Lo que sí comparten todas las producciones citadas es un alto nivel de diálogos, contundentes y precisos, cuyo objetivo principal es el de, además de dotar de emoción al conjunto, mostrar la grandeza de la capital de Italia al tiempo que nos ofrece todo su proceso de decadencia. Frases como: «lo que hacemos en vida tiene su eco en la eternidad», han quedado para la posterioridad.
Ganadora de 5 Oscar -Película, actor, vestuario, sonido y efectos visuales-, Gladiator es a la primera década del S.XX lo que Braveheart (Mel Gibson, 1995) supuso al cine en los años 90 del siglo pasado: un título contemporáneo imprescindible, a pesar de que contenga más gazapos históricos de los permitidos -la utilización de estribos, la propia muerte de Cómodo…-. Scott, en resumen, se reafirmó como un hombre orquesta capaz de ofrecer su particular visión fílmica a un proyecto de grandes magnitudes -cámara lenta, excesivos movimientos de cámara, una prescindible estética de videoclip-, persiguiendo siempre su principal objetivo: emocionar al personal. Y lo consigue.
«Me llamo Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte … leal servidor del verdadero emperador Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada y alcanzaré mi venganza en esta vida o en la otra.» Que recuerdo de esta película y de esta escena, Esto se me quedó grabado, porque si llego a estar en el Coliseo no me lo pienso, le corto la cabeza al Joaquín Phoenix (perfecto en su papel). La mejor película de gladiadores que he visto. Chapó por el Sr. Scott.
¿En serio te sabes el discurso de memoria o lo has tenido que buscar en Google? jaja, en cualquier caso comparto todo lo que dices y pienso como tú, que Joaquin Phoenis está perfecto, igual de bien que en su otra gran película: Two Lovers, que para mi es perfecta y que seguro que has visto. Como bien dices: CHAPÓ! jaja Un abrazo!!
A mí personalmente me parece una obra de arte inmensa, es de mis películas favoritas. Artísticamente es preciosa,adoro los vestuarios, la arquitectura, la música, los diálogos geniales, y las actuaciones buenas(ese»¿No soy compasivo?» de Cómodo a su hermana…)… Y encima la antigua Roma, pues para mí es una película para disfrutar de principio a fin.
PD: ¿Cómo que es gazapo la muerte de Máximo? Si el personaje no es real..
Como bien en el apartado técnico la películas es brutal, casi insuperable. Es una película que no se podría haber hecho hace 50 años; de todas formas Ridley Scott siempre es una garantía de calidad. Me alegro que disfrutes de una peli así.
Pd: Tienes razón con lo de máximo, quería poner Cómodo, que sí existió realmente, y se me escapó el nombre de Máximo. Gracias por la corrección! 😉