La propia época en la que han sido engendradas las películas es un valor añadido que puede influir, de forma notable, en su éxito. Mamma mia (Phyllida Lloyd, 2008) es una de ellas. Quizá éste no constituya el factor decisivo para que este proyecto de dicha directora americana se convirtiese en una de las cintas más taquilleras de la década pero, sin duda, la actual crisis económica mundial y, por consiguiente, efectos colaterales como el desánimo o la incertidumbre social han beneficiado enormemente a un musical cuya verdadera razón de ser es la de constituir toda una inyección de energía y optimismo. En definitiva, en un auténtico vehículo de evasión, donde la luz, el color, el mar y unas pegadizas melodías de gran intensidad, auténticos motores de la función, traspasan la pantalla y consiguen el más primario de sus propósitos: que el espectador se olvide de sus problemas. No es justo pedir más a un film cuya genética Lloyd pone al descubierto desde el principio: quien espere algo de enjundia o la más mínima reflexión filosófica que huya despavorido.
No será un servidor quien critique a una directora que, además de revelarse como una valiente –al hacerse cargo de uno de los musicales más rompedores de todos los tiempos, al ritmo de una de las bandas como ABBA, cuya legión de fans se cuentan por millones-, se destapó como una auténtica visionaria: ofreció Mamma mía en el momento exacto en el que el público parecía demandar un producto así. Sí, el argumento no salva la amenaza (como suele ser habitual en el género musical) de resultar bastante frívolo –una hija que, en vísperas de su boda, intenta averiguar quién es realmente su padre tras haber leído el diario íntimo de su madre- y lo que es la trama –esto es, canciones aparte- es de una banalidad aplastante. Pero son aspectos que, no obstante, acaban dando igual: cuando llegan los números musicales, verdadera espina dorsal de la obra, Mamma mía se convierte en puro placer audiovisual. En este terreno el film no sólo se sitúa muy por encima de otros títulos del género –tanto la selección, como la calidad o la cantidad de canciones es abrumadora, además de por poner éstas al servicio de ¿la historia? y no al revés-, sino que además nos permite gozar de una Meryl Streep que, por si cabía alguna duda, se vuelve a erigir, en una de las actrices más versátiles que ha dado jamás el cine.
La actriz es, junto con Pierce Brosnan -que hace que olvidemos su rol de James Bond- y la ya consagrada Amanda Seyfried, los reclamos comerciales de este enérgico divertimiento para toda la familia que cuenta con una galería de personajes con los que, debido a su carácter progresista y libre de prejuicios, resulta fácil empatizar. Son ellos, además, los encargados de interpretar las propias canciones, como ya sucediera en otros destacados títulos del género como Moulin Rouge (Baz Lauhrman, 2004) o Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965). Hasta las coreografías, premeditamente escasas y rudimentarias, están enfocadas a esta conexión con el espectador.
Dicho lo cual, tres preguntas: 1. ¿Por qué no se saca más partido a los números de baile, recurriendo, por ejemplo, a un mayor número de planos generales? 2. ¿Por qué, sobre todo en el primer tramo de la cinta, la directora tiende a confundir agilidad con unos planos de brevísima duración que llegan a marear al espectador? Y, por último: 3. ¿Por qué la puesta en escena del tema Mamma mía, que además es responsable del título del film, parece estar tan poco trabajada cuando debería ser al revés? Por el contrario, es sorprendente el nivel escénico de canciones como Dancing Queen o I have a dream, todas perfectamente encajadas en la narración. Por otro lado, gracias al hecho de haber sido rodada en los bellos parajes de la costa griega -una de las mayores bazas de la película- el film queda envuelto por esa agradable sensación de libertad y optimismo que se respira en todo momento, potenciada por una excelente fotografía y el gran nivel de las localizaciones. Y, por si fuera poco, cumple con creces su propósito inicial, es decir, hacer soñar gracias a una música que respira nostalgia por los cuatro costados. Sería injusto pedirle más.
Esta es la típica películas que ves por su protagonista Meryl Streep (como siempre lo mejor de la película) sin desmerecer a Amanda Seynfield. Pero si no llega a ser por las canciones de ABBA que al menos te levantan el ánimo. La película es un TRUÑAZO. Mi gran sorpresa, lo bien que canta Colin Firth. Lo peor: Habiendo tan buenos actores que cante bien, porque eligen a Pierce Brosnan, Por dios me desagradable, me sangraban los oidos.
De hecho Pierce Brosnan fue nominado a los premios Razzie al peor actor, los Anti-Oscar! Y tienes razón con lo de Meryl Streep…película que protagoniza, película que salva. Ya digo que el argumento no es ninguna maravilla, incluso es superficial, pero el repertorio de canciones está muy encima de la media de otros musicales, así que la película se salva. ¿Alguna otra sugerencia musical? 😉