Sin llegar a ser La caza del octubre rojo (John McTiernan, 1990), quizá la cinta de submarinos nucleares más lograda jamás rodada, no cabe duda de que Tony Scott consiguió con Marea roja (1995) uno de los títulos indispensables de su carrera. Asfixiante y adrenalínica a partes iguales, este thriller bélico se eleva por encima de sus competidoras por abordar, mediante una ejecución impecable y un guión tan sólido como efectivo, la punzante disyuntiva sobre hasta qué punto un sujeto está capacitado para tomar decisiones que pueden costar la vida a miles de personas. O, dicho de otro modo, sobre si armas de combate tan destructivas como los submarinos nucleares están siempre dirigidas por las mejores manos. Ese alguien en cuestión es el despótico e impulsivo Capitan Frank Ramsey (Gene Hackman), comandante del Alabama, que protagonizará una confrontación moral de gran calado con su súbdito, el Teniente Coronel Ron Hunter (Denzel Washington), un ser mucho más racional y reflexivo con una visión del conflicto armado diametralmente opuesta a la de su superior. Por medio de sus enfrentamientos verbales, que aumentan en intensidad a medida que avanza el metraje, ambos expondrán los motivos que les llevan a actuar de según qué manera, al tiempo que irán desgranando sus personalidades opuestas.
Cimentada en el gran duelo interpretativo entre Hackman y Washington -cuyo cénit quizá sea esa conversación que mantienen en la mesa en la que el personaje del primero le pregunta al segundo si considera que fue un error lanzar la banda atómica sobre Hiroshima y Nagasaki-, Marea roja inquieta por el espacio tan restringido en el que se desarrolla la acción, algo que no parece constituir impedimento alguno para Scott para mantener el interés por la historia. Todo lo contrario: el director saca el máximo partido a esta -premeditada- situación, desnudando moralmente a su pareja protagonista, situándolos cerca de la línea que separa la cordura de la locura, imposibilitando cualquier atisbo de huida y obligando, en definitiva, a que adopten decisiones que cambiarían el rumbo de la Humanidad de forma radical. Son, pues, dos roles situados en el extremo que se ven obligado a ofrecer respuestas bajo condiciones adversas, no muy diferentes a muchos cargos sociales y políticos que encontramos a lo largo y ancho del planeta. Porque el dilema que se origina en el Alabama bien podría ser -¿salvando las distancias?- extrapolable a nuestra sociedad.
En contra de lo que algunos puedan pensar, el film es alérgico a cualquier atisbo de patriotismo. El posicionarse a favor o en contra de americanos o soviéticos, las dos piezas angulares de la trama, termina siendo un asunto meramente anecdótico. Poco importa que el los que amenazan una tercera guerra mundial y detonantes de la trama sean de nacionalidad rusa: merece la pena quedarse con la brillante indagación de la condición humana que nos regala un film que antepone los brillantes diálogos por delante de aspectos ya de por sí notables como la estética -Scott hace uso de un rico espectro cromático que nos introduce más en la historia- o la figura del propio Gene Hackman, auténtico rey de la función al explorar notas inéditas en su tablero profesional, dando como resultado uno de los personajes más detestables del cine reciente. Además, Scott acierta al no introducir prácticamente golpes de humor, que podrían haber aligerado el desasosiego que barniza cada uno de los fotogramas. En contrapeso, el mismo error de siempre: Scott se sirve en exceso de los primeros planos para perturbar y acelerar el corazón del espectador.
Nominada a 3 Oscar -montaje, sonido y efectos de sonido- Marea roja es, probablemente, la película de acción con menos acción que se recuerde. Dirigida y narrada con corrección, cuenta con unos minutos finales, correspondientes a la reconciliación de los dos bandos, sobresalientes. No hay ni buenos ni malos en una función en la que, como bien acierta a decir el teniente Hunter en un momento dado, se nos recuerda que «el verdadero enemigo es la guerra en sí misma».