A pesar de que el subgénero de los fantasmas y las mansiones encantadas nos pueda parecer a día de hoy excesivamente trillado, lo cierto es que cuando se estrenó Poltergeist (Tobe Hopper, 1982) era una ramificación del cine de terror tímidamente explorada. Basándose en el típico argumento de una familia, los Freeling, que se trasladan a vivir a una nueva casa en la que no tardan de producirse fenómenos paranormales, comportamientos para los que no existe explicación lógica, el director de La matanza de Texas (1974), en compañía del productor Steven Spielberg -que, ante la tesitura de dirigir éste proyecto o ET, El extraterrestre (1982), acabó optando por el segundo, y escribiendo y produciendo el primero-, nos ofrecen un clásico del terror de los ochenta que ha dado pie a una malograda (e interminable) saga que, para variar, no supo mantener el nivel de la original. Los protagonistas, una familia típicamente americana, de clase media -y perro incluido-, no tardan en hacer frente a la desaparición de la menor del clan, Carol Anne (Heather O´Rourke), a la que los espíritus han secuestrado para transportarla a la nueva dimensión. Con la ayuda de una médium, Tangine Barrons (Zelda Rubinstein, en un breve pero decisivo papel), deberán ayudar a recuperar a la pequeña, al tiempo que intentarán limpiar la casa de toda presencia extraña.
Con un principio a través del cual el perro de la familia se pasea por toda la casa -excusa que el director aprovecha para mostranos la distribución de la misma, ya que será el escenario donde se desarrollen casi la totalidad de escenas de la película-, Poltergeist se rodó en una época en la que la televisión ya empezaba a ser parte vital de los hogares americanos, en los cuales -tal y como sucede en la mansión de los Freeling-, era frecuente encontrar un aparato en cada habitación. Ronald Reagan, figura que aparece muy ligada a la película, ya no sólo por meras cuestiones generacionales o porque los padres de la película aparezcan al comienzo leyendo la biografía de Reagan (The man, the president) al tiempo que fuman marihuana, sino porque fue el primer presidente de EE.UU en entender lo inmensa utilidad y el tremendo poder de un medio como la televisión para manipular a una sociedad que había sido engañada por un político en cuyo programa las medidas económicas eficientes brillaban por su ausencia. Esta imagen perjudicial, casi demonizada, de la televisión queda muy patente en Poltergeist, hasta el punto de que es ella, como en la campaña presidencial del que se convirtió en presidente, el origen de los males que acontecen a los miembros de la familia -razón por la cual, en la escena final de la película, la figura del padre saque del hostal donde se hospedan sus seres queridos la televisión- y de protagonizar varios de los momentos más iconográficos de la misma -la pequeña Carol Anne diciendo eso de: «ya están aquí» frente a la pantalla parpadeante-.
Dejando al margen la infinidad de lecturas políticas y sociológicas que despertó el film en EE.UU, y centrándonos más en los aspectos técnicos, es fácil apreciar en Poltergeist un notable despliegue visual, potenciado por unos efectos especiales que se encuentran entre lo mejor de la película -y que merecieron una de las tres nominaciones al Oscar, junto a la espléndida banda sonora de Jerry Goldsmith y los efectos de sonido-. Sin embargo, a pesar de la crudeza de muchas de sus imágenes -entre las que destaca esa piscina repleta de cadáveres (reales, por cierto) o la espeluznante escena del ataque del árbol-, la obra no deja de ser un espectáculo para disfrutar en familia, algo en lo que el propio Spielberg tuvo mucho que ver. Al que la mayoría considera el verdadero padre de Poltergeist, hasta el punto que se ha llegado a decir que en realidad fue él quien la dirigió -quizá por su gusto confeso de los finales felices o ese retrato idílico de familia-, le debemos que dos conceptos tan aparentemente inconexos como cine terror y cine familiar se hayan fusionado en una película con eficaces resultados. Y es que, a pesar de que en un principio se catalogó para mayores de 18 años, más tarde se entendió el valor de una obra que apuesta por la unión de la familia en circunstancias difíciles y el constante juego con temores eminentemente infantiles como las tormentas, los payasos y, como ya hemos apuntado, los árboles. Nos situamos, por tanto, ante un cuento que, sin resultar en ningún momento infantiloide, nació con vocación de digirirse a todos los públicos, por mucho que haya escenas que desprendan un cierto tufo sexual -como la del ataque por parte del ente a la cabeza de familia Diane (JoBeth Williams)- o se acerquen peligrosamente al mismísimo género gore -esa escena delante del espejo-.
Uno de los puntos fuertes de su argumento sucede cuando, tras decir la clarividente Tangins eso de: «la casa está limpia», vuelvan a producirse fenómenos inexplicables. Supone, por tanto, un nuevo comienzo del horror y un genial golpe de efecto justo cuando el espectador creía que la función había terminado. La protagonista de la que es, junto con La profecía (Richard Donner, 1976) y El exorcista (William Friedkin, 1973), una de las tres películas más malditas de la historia -cuatro de sus protagonistas murieron en las tres primeras partes de la saga, incluyendo la pequeña O´Rourke con tan sólo 12 años-, Poltergeist también hoy es recordada cada vez que alguien aprieta el botón de «on» de su mando a distancia. Al fin y al cabo, no sabemos lo que hay al otro lado…