“El Flamenco aparece en Andalucía, en el sur de España, a comienzos del S.XIX como una consecuencia del cruce de pueblos, religiones y culturas que dan lugar a un nuevo tipo de música …”. Con esta contextualizadora voz en off da comienzo Flamenco (Carlos Saura, 1995), un decidido artefacto audiovisual en la que el director onubense rinde homenaje a un arte que es uno de los pilares de la historia de España, que ya se mostró interesado en reflejar en Sevillanas (1991)- a través de una serie de cuadros independientes- y que, finalmente, terminaría por explorar, con más medios técnicos y mayor potencia visual, en Flamenco Flamenco (2010). Gracias a la larga lista de primeras figuras del género que van desfilando por la obra -Paco de Lucía, Tomatito, Manolo Sanlúcar, José Menese…- y su extraordinaria realización, Flamenco no sólo supuso el mayor exponente filmado hasta la fecha sobre un tipo de música andaluza que ya es patrimonio de la Humanidad, sino que además constituye una pieza cuyo valor, no ya sólo pedagógico, sino también documental es incalculable. Y es que ponen los pelos de punta emocionarse, de primera mano, con el legado artístico de artistas tan destacados y ya parte de la leyenda como son Enrique Morente o Fernanda de Utrera.
A través de una puesta en escena deslumbrante, donde música, baile y guitarras se fusionan para ofrecer flamenco en estado puro, se va desgranando una historia que no es más que una lúcida, aguda, mirada artística a un género musical más artístico aún. Sin dejar en el tintero casi ninguna modalidad dentro del cante hondo (bulerías, guajira, alegrías, fandangos, soleás…) y revelándose como un experto en la materia, Saura nos ofrece un cóctel de luces, colores y texturas que fluyen sin descanso, sin aparente esfuerzo, pero que atrapa y y no suelta al espectador. Este espectáculo, de texturas y matices, hecho desde el alma, al final se hace corto, quizá porque es fácil deducir que está hecho con el corazón y, sobre todo, porque se es consciente que estamos ante un documental necesario. Por varias razones: en primer lugar, porque nunca antes se había condensado en unos portentosos 90 minutos tal cantidad de artistas y, en segundo lugar, porque ningún cineasta se había mostrado interesado ofrecer una aproximación tan sincera y pulcra a la danza y al cante como lo hace Saura. Porque, por encima de todo, era de justicia rendir tributo a unas figuras capitales que han contribuido a elevar hasta cotas inimaginables la marca España no ya dentro de nuestras propias fronteras, sino también en el exterior.
La obra se ofrece como un conjunto, argumentalmente inconexo entre sí -algo tan premeditado como discutible- pero ligado por la fuerza, la liturgia, el desgarro y la poesía del flamenco, que es lo que lo convierten en una modalidad artística excepcional en todo el mundo. Cada fotograma está estudiado al milímetro, pudiendo adquirir perfectamente un significado propio a nivel independiente, gracias en parte al magnífico trabajo de fotografía de Vittorio Storaro, ganador de 3 Oscar que se une, sin duda, a la dilatada experiencia como fotógrafo del propio director, también guionista. Quizá el resultado final quede un tanto descompensado por una actuaciones unas mejor que otras, sin que en ningunas se renuncie a buscar siempre el tiro de cámara más original con el fin de captar la esencia de cada estilo. De entre todas ellas son destacables la soleá de José Mercé, la farruca de Joaquín Cortés y, como no, una Matilde Coral absolutamente soberbia haciendo una demostración a las alumnas de su escuela de danza en Sevilla de una emocionante versión de Barrio de Santa María, de Camarón de la Isla, demostrando que la danza no entiende edades, sólo de pasión. Precisamente la figura de este gran renovador del arte, además de ser el nombre más destacado desde que se originó el flamenco, es la gran ausente en un documental que no pudo incluirla porque falleció tan sólo tres años antes, por lo que sólo pudo aparecer en Sevillanas.
Espectáculo trepidante, sin un segundo de descanso entre una actuación y otra, Saura optimiza al máximo unos recursos más bien escasos, y compensa una cierta falta de empaque audiovisual con brillantes resultados. El flamenco, queramos o no, en mayor o menor medida, forma parte de la vida de todos los españoles; sólo hace falta indagar un poco en nuestras raíces y nuestras propias experiencias para corroborarlo. Es por ello que, a pesar de titularse Flamenco, este documental no sólo habla de la historia de nuestro país, sino también de la nuestra propia. Por tanto, la obra no sólo resulta una pieza imprescindible para los amantes del flamenco. También para los que no porque, inevitablemente, se enamorarán de él.