El filósofo alemán Friedrich Nietzsche dijo una vez: «poca gratitud se tiene por el maestro cuando se continúa siendo siempre alumno». En el caso de los estudiantes del North Manual Hight School la gratitud hacia su nuevo profesor de gramática, un veterano del ejército que entra a trabajar en esta escuela pública, es directamente inexistente. El recién incorporado Richard Dadier (un sólido Glenn Ford) no tardará en comprender que el mundo de la enseñanza es más duro que lo que jamás imaginó cuando tenga que lidiar con el grupo de criaturas rebeldes e indomables que tiene por alumnos. Todo un colectivo de jóvenes con el que la película pretende reflejar esa conflictiva generación que surgió de la posguerra, agresivos e inconformistas. Dadier soportará en sus propias carnes vejaciones, insultos, agresiones físicas y, lo que es más grave, amenazas telefónicas a su esposa, Anne (Anne Francis), que se encuentra embarazada. Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955), en este sentido, fue pionera en retratar a la perfección, además de cómo era el día a día en la enseñanza pública, ese segmento de la juventud americana de la década de los 50 organizado en torno a bandas lideradas por peligrosos y caricaturescos personajes. Su valor documental es, por tanto, impagable.
Estrenada el mismo año que Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955), película con la que comparte esencia argumental, y anticipándose a Rebelión en las aulas (James Clavell, 1967), habrá quien piense que Semilla de maldad ofrece una estampa de la juventud demasiado transgresora y problemática, pero no hay que olvidar que la película se limita a reflejar el sector más díscolo de ésta, no su conjunto, esos adolescentes que pueden llegar a ser futuros delincuentes, si no lo son ya. Asimismo, se hace especial hincapié en la propia figura del profesor, que en contra de lo que pudiese parecer no está en absoluto dulcificado y llega a tener su parte de responsabilidad en el conflicto tutor-alumno, algo que engrandece a la película. Así, recordamos cómo no duda en culpabilizar, erróneamente, a uno de sus alumnos afroamericanos, Gregory W. Miller (Sidney Poitier), de las amenazas que está recibiendo su esposa, por una mera cuestión de etnia. El profesor se nos dibuja como una figura educativa a la que, todavía en los tiempos que corren, no se le tiene el respeto que merece ni está lo bien pagada que debería -tal y como se apunta literalmente en la película-, máxime cuando nadie les han enfrentarse a unas clases cada vez más convertidas en pequeñas jaurías humanas. “No estoy preparado para esta labor; usted ha sido profesor mío, debería haberme enseñado cómo se hace callar a una clase de animales salvajes”,le confiesa Richard a uno de sus tutores en la universidad, a lo que éste, en una de las escenas más memorables y logradas de la película, responde: “Nosotros en la universidad tenemos la culpa, no os preparamos para educar a chicos de esta generación”. Establecemos aquí uno de los puntos de crítica social más potentes de una película que, ya de por sí, es una ácida visión al mundo docente y estudiantil.
Quizá la cinta adolezca de una cierta exageración de las determinadas situaciones -como la de la pizarra-, a pesar de que muchas de ellas ocurren en la vida real, y que los personajes sean demasiado prototípicos, pero es algo que no afecta al resultado final de una película que tiene el mérito de que su estreno coincidió con el del nacimiento oficial del rock and roll. Y es que, a pesar Semilla de maldad logró 4 nominaciones a los Oscar – Dirección Artística, Fotografía, Montaje y Guión-, resultó incomprensible que no lograra también la de Canción, puesto que su banda sonora al ritmo de, entre otros, el mítico Rock Around The Clock, interpretado por Bill Haley & The Comets y responsable de abrir la película, resulta inolvidable. Una canción que terminó por desatar la fiebre mundial por un género musical popularizado en la década de los 50, donde también vivió una espléndida edad de oro. El director de La gata sobre el tejado de zinc (1958) acierta a incorporar el rock and roll, que desde sus orígenes estuvo íntimamente ligado a la juventud, a una película cuyo exponente contemporáneo sería La clase (Laurent Cantet, 2008), otra obra imprescindible también sustentada en ese principio de que «en la escuela todos aprenden algo: incluso el que enseña».
La juventud de la época acogió con impacto una película que tuvo varios problemas para distribuirse internacionalmente, pues se creía que la imagen que ofrecía de los adolescentes en Estados Unidos era nefasta. Este hecho impidió su exhibición en festivales como el de Venecia. Pero, polémicas apartes, de lo que no cabe duda es el carácter sorprendentemente actual de la película, que sigue conservando su frescura y capacidad crítica en nuestros días, por mucho que su tramo final -el nacimiento de su hijo- esté metido con calzador y que frases como «Mi hijo va a ayudarme a enseñar; quizá gracias a él logre entenderlos», sean casi risibles y no sirvan para solucionar el conflicto. En general, muy buena.