Philadelphia

“Todos los problemas tienen solución”, la ilustrativa frase que repite una y otra vez el  personaje de Tom Hanks frente al espejo en Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) sirve para explicar el germen de esta película clave en la década de los 90. Porque, en efecto, era un problema que todavía no se hubiese abordado el drama del SIDA en el cine americano; o, al menos, con la profundidad y la magnitud con el que está desarrollado este espinoso tema en la nueva película del director de El silencio de los corderos (1991). Demme plasmó en Philadelphia el temor con el que se vivieron los primeros años de este virus mortal, una imparable epidemia sobre la que existía mucha desinformación por aquel entonces; la película sirvió para arrojar un poco de luz a tal vidrioso asunto, a la vez que ayudó a concienciar a la sociedad de que los seropositivos no eran monstruos, sino personas de carne y hueso que tenían que enfrentarse a la marginación de una sociedad en la que no terminaban de encajar. Es el caso de Andrew Beckett (Hanks), un prestigioso abogado al que sus jefes no tendrán piedad en despedir en cuanto se enteren que ha contraído el sida. Convencido de que se trata de un despido improcedente, Beckett se pondrá en manos del también abogado Joe Miller (Denzel Washington), que deberá demostrar ante un tribunal que la empresa en la que trabajó su cliente cometió una terrible injusticia al despedirlo. 

Resulta cuanto menos interesante el perfil físico y psicológico de ambos protagonistas, en constante evolución a lo largo de la película; así, mientras Beckett, un homosexual en absoluto prototípico y alejado de tentadores clichés, debe enfrentarse a los cambios que experimenta su cuerpo a causa de la enfermedad (el ganador del Oscar Tom Hanks, que posteriormente confirmó su valía como actor con personajes meramente físicos como en  Forrest Gump o Náufrago -Robert Zemeckis, 1994 y 2000-), el personaje interpretado por Washington, tan homófobo como la propia empresa para la que trabajó su cliente, se verá abocado a una absoluta transformación psíquica, a una profunda empatía hacia un personaje que en un principio detestaba, al percatarse cómo el ciclón imparable del sida va minando, devorando, rematando la existencia del que terminará siendo su amigo. Ésta será precisamente una de las grandes bazas de la película: el hecho de que un abogado homófobo sea el que se encargue de la defensa de un gay. Asistimos, por tanto, a un retrato en el que la ley debe prevalecer ante cualquier tipo de objeción, y debe aplicarse por los organismos jurídicos aún cuándo éstos estén en discrepancia con la misma. Máxime, sobre decirlo, si se trata de una ley sustentada sobre algo tan de sentido común como que ningún ser humano debe ser tratado de forma discriminatoria por su orientación sexual. Establecemos, por tanto, dos ejes sobre los que gira Philadelphia: el abordar el problema del sida -de una forma limpia, sin estridencias, con buen gusto-, y la de reflejar cómo la discriminación hacia estas personas es, a veces, más dura que la propia enfermedad. Así se deduce de la imborrable frase de Beckett en la antológica escena de la biblioteca, en compañía de su futuro abogado: “El prejuicio que rodea el sida impone una muerte social que precede a la real y física”, a lo que él responde: “La esencia de la discriminación está en formular opiniones sobre otros no basadas en sus méritos particulares, sino en su pertenencia a un grupo con características opuestas». Amén.

Philadelphia, cuyo título se debe además de ser la ciudad en la que se desarrolla la acción, en que fue un estado íntimamente ligado a los derechos humanos sobre los que versa el film al proclamar los padres de la patria su independencia, podría haber sido fácilmente un insulso panfletario predestinado a esas masas ansiosas de devorar un tema de máxima actualidad tan morboso como estridente. Sin embargo, en manos del exquisito Demme, un director que cuida especialmente la calidad formal y estética de sus películas, se convierte en un alegato en contra de la hipocresía social, las mentalidades retrógradas y el cinismo. Es capaz de reflejar la marginación que sufren los homosexuales seropositivos con sutiles juegos de planos como en los que apreciamos a Beckett depositando el puro que anteriormente había cogido sobre la mesa, ante la atónica y reveladora mirada de un temeroso Miller que, lejos de conformar un ser caricaturesco, es la viva imagen de la realidad. Asimismo, también es elogiable la forma en la que el director refleja la historia de amor entre Beckett y su novio, Miguel Álvarez (Antonio Banderas), privando al espectador del ansiado beso entre ambos. El actor español volvió a interpretar a un gay, tras La ley del deseo -Pedro Almodóvar, 1987- en el que fue su primer papel importante en Hollywood, tan breve como decisivo. 

El gran handicap al que se enfrenta Philadelphia es de que se considere como la típica película de juicios; y, si bien es cierto que gran parte de su trama se desarrolla en una sala de juzgado, son escenas necesarias, además de estar filmadas con un dominio del tiempo narrativo y una puesta en escena magistral. Sí adolece, sin embargo, de un cierto abuso de los primeros planos -a pesar de que Tom Hanks los soporta como nadie, con una mirada y un rostro que emociona-, de unas formas de transición poco formales en relación con el tono sombrío y pausado de la película y de unas excesivas elipsis temporales que pueden llegar a desconcertar. En el otro lado de la balanza encontramos uno de los más irrebatibles golpes contra la hipocresía social, al ritmo del legendario tema Streets of Philadelphia de Bruce Springsteen -ganador del Oscar-, que trasciende su mera condición de banda sonora para convertirse en todo un canto a favor de la integración, la justicia y de los derechos arrebatados. Si a ello le sumamos otros temas míticos como Have you ever seen the rain, de Rod Stewart, o un Tom Hanks, en éxtasis, explicando a su colega ese demoledor aria de ópera de Maria Callas, el resultado roza la perfección. El final, unos minutos dedicados a la inocencia y la pureza de la infancia, constituye el broche de oro perfecto a un film que conviene revisar cada cierto tiempo. Aunque sólo sea por su cualidades éticas, morales y humanitarias.

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8 comentarios en “Philadelphia

  1. La acabo de ver, me ha encantado!! Y es verdad que me han llamado mucho la atención las transiciones. Parecen cortinillas al más puro estilo de Star Wars! Ah espera, qué tú no has visto esa gran saga! Pues nada, te animo a que comiences con el episodio IV! Un beso

    • Gracias por verla y por el comentario! Las transiciones fue lo que más me llamó la atención de la película. Aunque algunos dicen que «dulcifican» el drama del sida, yo creo que no, que con la sola mirada de Tom Hanks es suficiente para transmitir el drama que supone la enfermedad. Y te doy mi palabra que empezaré con Star Wars! Me va a costar…pero prometido que pronto la tendrás en el blog! 😉

  2. Me encantó la película desde la primera vez que la vi. Hay una frase preciosa, que me ha sido muy útil, y es la de la madre de Beckett: «Yo no eduqué a mis hijos para que se dejaran pisotear». Magnífica frase en estos tiempos. Magnífica peli que espero ver bastantes veces más. Saludos.

  3. Una de mis películas favoritas, no sé cual escena me emociona más. Si pienso en una a la rápida, una que me conmueve mucho es la de la fiesta donde todos bailan un lento, y Andrew bailando con Miguel, miran a Joe bailando con su esposa, y es como si en ese momento Joe se diera cuenta de que son una pareja tan normal como cualquiera heterosexual, dejando un poco de lado sus prejuicios. Las expresiones de los personajes, y la música de fondo la hace una escena hermosa. Muy buena crítica, saludos!

    • Gracias por tu comentario. Si algo es esta película es EMOCIONANTE, además de transgresora, porque hasta entonces no se había hablado de esta enfermedad en el cine americano. La escena que dices es preciosa, la constatación de que una pareja homosexual puede ser tan hermosa como una heterosexual; el género es lo de menos. Me han entrado ganas de volver a ver la peli! jeje Un abrazo!

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