Tacones lejanos

Tacones lejanos (Pedro Almodóvar, 1993) viene a ser el paradigma perfecto de la sabia frase de Charles Chaplin que reza: «el tiempo es el mejor autor porque siempre encuentra un final perfecto».  En el vertiginoso tren de la vida quince años puede parecer un periodo de tiempo breve, insignificante, carente de importancia, excepto cuando se trata del periodo que han permanecido separadas una madre y una hija. Entonces, estos 15 años se convierten en una insoportable losa que pesa como cien siglos. Eso lo saben muy bien la gran dama de la actuación Betty del Páramo (Marisa Paredes) y su única hija, Rebeca (Victoria Abril). Después de tanto tiempo, ambas vuelven a reencontrarse en Madrid, su tierra natal, dispuestas a arreglar las cuentas pendientes y a dar continuación a esa portentosa historia de amores y odios que ha marcado su relación. El resto de personajes centrales lo completan Manuel (Féodor Atkine), el marido de Rebeca y gran amor de su madre en el pasado y Femme-Fatale (Miguel Bosé) un travestí que por las noches imita a a Betty y, por el día, es inspector de policía. Será él quien investigue el caso de Manuel cuando éste aparezca asesinado en su chalet.

Tacones Lejanos se sustenta en uno de los mejores guiones de un Pedro Almodóvar en el que, con ecos a Sonata de Otoño (Ingmar Bergman, 1978), vuelve a construir un particular universo en el que se entremezcla un exquisito humor negro -esa escena de una sublime Victoria Abril confesando su crimen en pleno informativo- con el drama más descarnado -construido bajo la premisa de la desgarradora historia de amor madre e hija, una temática habitual en el director, como atestiguan films como Todo sobre mi madre (1999) o Volver (2006)-. Si a este cóctel le añadimos asesinatos, transformistas, espectáculos musicales, una agradable estética ochentera y un fuerte predominio por el color rojo chillón el resultado es Almodóvar en estado puro, en la que fue la película que le terminó de consagrar en Francia como uno de los directores más admirados -como agradecimiento, el cineasta ofreció los títulos de crédito y los rótulos a lo largo de la película en francés-, galardonando a Tacones Lejanos con el César a la Mejor película extranjera.

¿Por qué vale la pena Tacones Lejanos? Por ese cameo de un prácticamente desconocido Javier Bardem; por un Miguel Bosé encarnando a tres personajes a las antípodas el uno del otro; por esa frase de «quiero recuperar a tu hija» de los labios de una soberbia Marisa Paredes que para nada quiere su vida sin el amor de Rebeca; por ese plano de los tacones de las dos actrices principales ante las puertas de su antigua vivienda; por el divertido papel de traductora para sordos de Miriam Díaz Aroca y su reacción al escuchar la confesión de su compañera de mesa; por esa desenfrenada y colorista coreografía de Bibi Andersen en el patio de la cárcel, demostrando que hasta una prisión puede ser un lugar amable dentro de una película de Almodóvar; por ese playback de Femme-Fatale, a la altura del interpretado por Gael-García Bernal en La mala educación (2004); por esa cinta transportadora del aeropuerto, sutil simbología del imparable discurrir de la vida -por la que también camina Betty del Páramo… o su guitarra-; por ese conmovedor monólogo de la madre de Rebeca ante un auditorio que la escucha decir frases tan hermosas como: «mi única hija duerme en la cárcel y no me importa lo que haya hecho: como madre mi corazón está destrozado», no sin antes sellar con un significativo beso el suelo del teatro en el que actúa trajeada con unos kilométricos pendientes y guantes rojos o, además, por esa lágrima salida directamente de los ojos de Betty para fundirse en ese beso; una significativa metáfora de la relación de amor/odio que ha definido la relación con su hija y que también aparece resumida en la frase que le dice Rebeca a su madre al poco de su reencuentro: «Te quiero mucho mamá, a veces también te odié, pero incluso en esos momentos no dejaba de quererte». ¿Se puede resumir mejor en una frase lo que significa amar, en el sentido más puro y cristalino de la palabra?

Pero, sobre todo, si por algo merece la pena Tacones Lejanos es, además de esas imborrables melodías que la película catapultó hasta primera línea de la cultura popular como son «Piensa en mi» o «Un año de amor», de Luz Casal, es por un lapidario final en el que no sólo cobra sentido el título de la obra, sino también la película en sí. Cómo olvidar a esa Victoria Abril asomándose por una pequeña ventana que da al exterior, mientras dice eso de: «de pequeña cuando vivíamos juntas no podía dormirme hasta que no oía el ruído de tus tacones a lo lejos, perdiéndose por el pasillo después de cerrar la puerta de mi habitación». Y, justo entonces, te percatas que Chaplin no andaba muy desencaminado con eso de los finales perfectos. 

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