Nadie podía imaginar que, en pleno siglo XXI, el western iba a cobrar de nuevo la categoría de obra maestra. Los hermanos Coen se ponen al frente del remake de Valor de ley (Henry Hathaway, 1969), película protagonizada por un John Wayne ganador del Oscar al mejor actor, y lo cierto es que que no sólo consiguen mejorar la original, sino que también revitalizan el western en una época en la que el género agonizaba sepultado por el avance de la tecnología. Además, el resultado queda a la altura de la última gran joya del oeste: Sin Perdón (Clint Eastwood, 1992), veinte años atrás.
Basada en la novela de Charles Portis y producida por Steven Spielberg, Valor de ley (Joel Coen & Ethan Coen, 2010) cuenta la historia de una niña de 14 años, Mattie Ross (Hailee Stainfeld, gran revelación de la película), que quiere vengar la muerte de su padre a manos de Ton Chaney (Josh Brolin). Tomándose la justicia con su mano, la niña se embarcará en una peligrosa misión en la que contará con la inestimable ayuda del Alguacil Rooster (Jeff Bridges) y LaBoeuf (Matt Damon), recorriendo mil y un paisajes inhóspitos en un viaje a caballo tan inolvidable como enriquecedor.
Hay infinidad de aspectos positivos que convierten a este remake (aunque los directores prefieren decir que, más que un remake, es una versión más fiel de la novela) en una película más redonda que la original. Empezaremos destacando la aparente simpleza del argumento de la que los Coen se sirven para elaborar un retrato conmovedor sobre el amor de una hija hacia su padre y, por ende, con las personas con las que cuenta para vengar su muerte (en este sentido la relación que establece con el Alguacil es tremendamente vibrante). La fotografía, premiada en los BAFTA, es otro de los puntos fuertes de este western contemporáneo: Roger Deakins no sólo logra retratar los bellos parajes (esos ríos caudalosos, esas llanuras solitarias…) en los que se van desplazando los protagonistas con total y absoluta nitidez, con una sobresaliente factura fotográfica, sino que además, logra reflejar con ellas, en todo momento, el mundo interior de los personajes.
La inspiradora y sugerente música del film, obra de Carter Burwell, se convierte, en manos de los Coen, en un excelente vehículo narrativo, sacándole el máximo jugo a una composición con la que realzan situaciones tan emotivas como la despedida, en mitad de la película, entre Mattie y LaBouef. Una secuencia absolutamente perfecta, de gran cine y de lo mejor que han rodado nunca los Coen:
«- ¿Cómo puede abandonar ahora después de tantos meses? Le he juzgado mal, me he equivocado de hombre» -le reprocha desilusionada Mattie.
– Seguiría en tu compañía si hubiera un camino claro: pero iríamos a ciegas. Me vuelvo a Texas. También es hora de que tú vuelvas a casa.
– No pienso volver, no sin Chaney: vivo a muerto – asegura la pequeña, la viva imagen de la determinación.
– Yo también te juzgué mal – dice LaBoeuf, lleno de admiración, antes de partir».
Sostenida en un guión sin fisuras, con unos giros narrativos muy bien situados para no aburrir nunca al espectador y hacer atractiva la historia, Valor de Ley podría pasar por ser una película familiar si no fuera por su puntual dureza explícita (amputación de dedos incluida) y por una lectura final con un trasfondo inabarcable si no se posee un mínimo de sentido común, madurez y sensibilidad. La última frase del guión de la película es muy significativa en este aspecto (ese lapidario «el tiempo se nos escapa»), y podría servir de excusa para pensar que los Coen convierten esa maquinaria de relojería que es Valor de ley, más allá de una historia de venganza, en una reflexión sobre el paso del tiempo, la brevedad de la existencia y la factura que nos pasa la vida por nuestros actos. Ahí tenemos ese epílogo (no incluido en la versión original), convertido ya en un clásico instántaneo, que transcurre 25 años después de la acción principal y que supone todo un prodigio narrativo. Nada es olvidable en esta escena: ni la bellísima estampa, si la reveladora voz en off, ni ese plano final de esa alma desgarrada perdiéndose en el horizonte…
Valor de Ley recibió, además de 7 nominaciones a los BAFTA, 10 nominaciones a los Oscar, incluyendo Mejor Película y Mejor Director. Pero, en una de esas incomprensibles decisiones, la Academia no le premió con ninguno. Inexplicable, por mucho que su máxima competidora fuera la también brillante El discurso del Rey.
No soy un gran defensor del western -y no me importa reconocerlo, aunque admita que tiene obras maestras incontestables como la antes citada Sin Perdón o La diligencia (John Ford, 1939)-, pero eso es lo de menos cuando uno se dispone a disfrutar de una película de gran empaque visual como esta. Porque, lo que hace grande a Valor de ley, es su belleza contenida, su gran carga moral… en definitiva, unas dimensiones titánicas en todos los aspectos. Y, en esto, el género cinematográfico es lo de menos.
La original, bastante mas épica. ESta, mucho mas lírica. Las dos, muy buenas. SAludos
Totalmente cierto. Y eso que no soy un gran aficionado al western… pero ambas películas son imprescindibles. Un abrazo.
Una lástima que el atropellado final , ese en el que en una noche desandan el camino , desluzca la obra , la película flojea a mi entender en el personaje principal , la niña emborrona el formidable reparto ,( en especial los secundarios ) y con su pobre actuación repleta de caras trabajadas en el espejo , estropea el trabajo . La épica no se aprende y si el nivel está tan elevado , la cota es inalcanzable .
la niña para mi hace un papel bastante aceptable aunque claro, si la ponemos al lado de Matt Damon o Jeff Bridges…tiene poco que hacer. De todas formas, creo que más que el final en sí de la película, lo que merece la pena es su epílogo, que compensa todo lo demás. Un abrazo.